Motivada en el sonido de las palabras y lo que éstas evocan, Camila Urioste –poeta y dramaturgo de vocación— se animó a componer un perseverante y original anecdotario, con el que ganó el XVIII Premio Nacional de Novela 2017. Soundtrack, su obra galardonada, que ella considera “Glosario de términos asociados”, es, sin duda alguna, una singular novela, aunque no lo parezca. Es, si se quiere, una transgresión a la tradicional narrativa boliviana que procede del siglo XX. ¿Por qué? Por todo lo que expresa su universo imaginario, su intención de romper con la rutina, salir por una ruta señalada por Joyce. Proust y Kafka, llevándola al margen de cualquier prejuicio conservador. Afortunadamente los jurados del XVIII Premio Nacional de Novela, así lo entendieron y no dudaron en premiarla. Además, a partir de los modelos señalados, todo es posible en la novela de hoy. El ingenio no es nada nuevo cuando alguien –como Camila— se pone a jugar con las palabras; saltar con sus lectores –siempre en primera persona, dialógica— de una secuencia a otra, para armar la nostálgica y apasionada vida de un personaje indefinido (a veces masculino, como en MIX TAPE, cuando dice: “luego de que regreso de Estados Unidos, espantado por mis gustos musicales”); así esta joven escritora conversa con todos sus personajes posibles, saltando las escenas, los espacios, el tiempo, las palabras, como los saltamontes que, en cada impulso, ensartan las hebras de su destino; así también, un lector acucioso e inteligente, se sumerge en el guión que le ha diseñado –una poeta-dramaturgo–, procurando hilvanar el fragmentado tránsito de su memoria, inmersa en un ritual que congrega a otros personajes, que emergen en cada instante –aparte de Sebas, su hijo, y Antonio, su esposo–, aparte de los que apenas aparecen, circunstancialmente, completando las escenas de este glosario narrativo.
Si alguien asocia esta novela con Rayuela, de Cortázar, le puedo asegurar que Soundtrack no es únicamente trabajo para cronopios. La encuentro más cerca de Proust y En busca del tiempo perdido. Claro que Camila también arma sus eventos, con referencias al pie de página, luciendo su personal estro poético que ubica al lector frente a las luces y sombras de un escenario vasto y embarullado. Gozar de este engendro literario es un privilegio de pocos.
Por eso me llamó la atención el silencio de los críticos de la carrera de Letras de la UMSA, sabiendo que Camila también es paceña, como Jaime Sáenz, aunque no escribe como él. Este silencio me recuerda a María Virginia Estenssoro (también paceña), cuyo libro de cuentos El Occiso (1937), fue saludado con el silencio y la indiferencia de sus contemporáneos de La Paz, hasta que Saturnino Rodrigo, escritor potosino, reclamó por ella en su libro Hombres y lugares, en 1973: “¿Qué fue de esta brillante escritora (…) que actuó en Ateneos y Peñas Literarias, escandalizando a los pacatos con sus escritos audaces y sus poesías atrevidas?”, se preguntaba. Afortunadamente, Camila está aquí, entre nosotros y los jóvenes que la leen y saludan. No en vano su novela fue seleccionada entre las mejores obras publicadas el 2017, “Un diccionario musical, eso es esta poderosa novela”, nos afirma Wilmer Urrelo, que además la considera “hembra”, rematando su esforzada retórica. Otros, como Luis Carlos Sanabria (“La Ramona” del 31-12-17, ven: “una historia intensa, contradictoria y ambigua –es decir, una historia completamente humana–, y junto a ella un artificio formal para recorrerla.” Por su parte, Mijail Miranda Zapata, dice que Soundtrack, es “un relato que, como en su dramaturgia, vuelve a experimentar en la forma para alcanzar una narración envolvente y seductora.”
Soundtrack no es sólo un nuevo experimento narrativo. Es, sin duda alguna, la afirmación de que todo es posible cuando, con talento y esfuerzo, se puede ampliar el horizonte de la novela. Es lo que hicieron Joyce, Proust y Kafka, a comienzos del siglo XX, cuando Europa se desangraba con las dos grandes guerras. Si bien Soundtrack es una obra que no puede ser repetida, implica un riesgo que fue superado con creces. Camila la muestra como un “glosario de términos relacionados”, porque maneja las palabras como un rastreador de sonidos, o sea, a partir del título, concibió esta obra como una alegoría de la realidad de nuestros días. Desde luego que, como todo autor, ella no siempre puede vislumbrar sus alcances. Según Chestov, en su estudio sobre Dostoievsky y Nietzsche: La Filosofía de la Tragedia, al explicarnos por qué el acto de creación artística es un proceso psíquico inconsciente, nos aclara que los: “críticos literarios, al esforzarse por todos los medios en enlazar su pensamiento consciente con el proceso inconsciente del artista, advertían que la tarea se les presentaba, a veces, con muchas más dificultades de las que podía esperarse. La obra de arte no siempre se ajustaba a ninguna de aquellas ideas unánimemente admitidas, sin las cuales una concepción consciente de la existencia resulta absolutamente imposible.”
Por si acaso, en Soundtrack hay palabras reveladoras, junto a otras vagas, de relleno o aclaración. Veamos dos de ellas: En CUERPO, por ejemplo, a partir de 1985, nos relata, en esquemas, toda la vida de su protagonista, hasta el 2017; comienza motivada con la primera cana que es como un hilo de plata en su cabellera. El juego que nos propone, aparte de ser entretenido, se hace fulgurante y lúcido, en la medida en que las anécdotas emergen, formando el mosaico que nos ha diseñado la autora que, después de todo, además de ser poeta, con dominio de imágenes y metáforas, nos permite apreciar actos vividos en escenarios que nos incitan a participar en una serie de secuencias, con luces y sombras entre bambalinas. En ABANDONO, la otra palabra, finalmente, nos encontramos con un término revelador –clave– que nos permite entrar y salir de esta novela. Pónganse a leerla y participarán de una nueva forma de soñar.