“Olas Negras y el señor Rostow hace largo rato jugaban a los naipes bajo la sombra de una palma cuando aparecieron los rastreadores cargando al muerto, venían ardidos por la sed, así que dejaron el cadáver tendido todavía lejos del campo y corrieron a beber. Recién entonces fueron a traerlo nuevamente y lo arrojaron en la fosa sobre el cofre del oro, como lo había ordenado el capitán Flit.
El ahora muerto se había fugado dos días atrás con algo del oro. Idea absurda considerando las casi 200 millas que debía recorrer junto al mar hasta la primera aldea del Surinam. Aún así, tuvo algo de suerte. En el grupo que salió a buscarlo, iba Ramón, hombre de confianza del capitán, pero también amigo suyo. Donde le dieron alcance, ahí mismo lo atravesó con el sable y agonizó poco, contra el deseo del resto que quería castigarlo por su crimen con horribles tormentos.
Fue Ramón en persona quien entregó el botín sustraído al capitán, había mal estar general en la tripulación por el acto redentor, aunque nadie tuvo valor para increparlo frontalmente. Toda la rabia acabó cuando vieron a Flit darle solo una cachetada y gruñirle unos pocos insultos. De cualquier modo tuvieron que volver por el cadáver, parecía justo enterrarlo con el cofre para asegurarse buena suerte.
Sepultaron el muerto y al oro. La celebración y los juramentos de lealtad prosiguieron largo rato por la noche, entonces todos danzaron ebrios alrededor del fuego y el aire salobre del mar. Pero Ramón no tomaba nada, ahora todo aquello le resultaba un acto macabro y percibió que un sentimiento nuevo fluía por sus venas, era la piedad. Luego recordó una escena de su infancia y las lágrimas corrieron por el rostro.”
Hasta aquí, hemos presentado un fragmento de las pocas bitácoras del capitán Flit que sobrevivieron las adversidades del tiempo y otros misterios. Damos las gracias a la marina británica y la corona de España (continuará…).
El pirata que se convirtió en un albo cordero
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