-Padre, el señor cura me ha tocado la pilila.
-Hijo, no se lo tomes en cuenta, que es un enviado del Señor
Gerineldo Fuencisla,
a los 12 años, en el Seminario diocesano.
Se viene para acá de asiento un joven que dice conocerme, y que se viene, como yo, desde Madrid, a pasar unos días en Salamanca. Parece un joven de respeto y valor. Se acomoda, Con osadía, me dice:
-Creo que ya nos hemos visto en el Centro Documental de la Memoria Histórica, Logia Masónica.
Pienso, le miro y le respondo:
-Ah, pues creo que sí. Coincidimos en coger a la vez un legajo de cartas o correspondencia republicana y masónica en una valija, ¿no?
Hago una pausa, y, sin dejarle responder, le pregunto yo:
¿Qué te trae por aquí?
El me responde:
-Voy a visitar el lugar que me marcó la infancia y juventud, además del Seminario diocesano. Es el Huerto de Calixto y Melibea, escenario, como usted sabe, que eligió Fernando de Rojas para recrear su novela trágico cómica”La Celestina”.
-Como la vida misma, le respondo yo, cortándole.
El, asintiendo, sigue:
-Parejas de enamorados suelen venir aquí, una vez que han pasado la antigua muralla, bajado el puente romano y tocado los pies del río Tormes, y escupido hacia el ábside de la catedral y la torre del Gallo. Dicen que es un espacio romántico ajardinado, pero, para mí, no es más que un sitio lleno de hojas de vegetal que tienen vasillos sobresalientes y ramificados en la superficie con excrecencias sexuales ancestrales, con las que mi padre espiritual y yo limpiábamos el esperma brotado de nuestras erecciones místicas.
Hace una pausa, y sigue:
-Lo que siempre me llamó la atención de este huerto es su puerta de entrada en arco de medio punto estilo judío, como el autor de la novela. Me gusta, por su sencillez, más que la puerta de entrada de la Casa de las Conchas, más que la de las Escuelas Menores, y la puerta del Nacimiento en la Catedral, o de la fachada de la Universidad. Al entrar, siempre veo el culo de mi padre espiritual, que, hoy en día, se me parece al de Kim Kardashian, guardando las distancias, claro, el colgajo y los pelendengues.
Hizo una pausa y siguió:
-También me encanta la leyenda que dice que aquí, en este huerto de Calixto y Melibea, se toma el viento con el olfato. Que se huelen las ventosidades del obispo don Jerónimo, trasladado a Salamanca desde la sede de Valencia que había ocupado durante la dominación del Cid; y que nosotros olíamos siempre que venimos.
-Bueno, bueno, no supe más que decirle. El siguió:
-El padre me decía “que el taladro percutor divino busca, como Repsol, donde perforar en el “Jardín del Visir”; y yo le respondía:
– Sí, padre, vos dueño y yo doncello, ¿quién colocará el hueso?
El, preguntando, me decía:
-Elige, ¿boca u ojete?
Yole miro asombrado, y él sigue diciendo:
-El padre era como fajina grande de fortificación, y yo como salcocho, cualquier manjar salcochado, cocido en agua. Tienda de embutidos es el Huerto de Calixto y Melibea. Una tripa larga y delgada rellena de pólvora espermática intentando dar fuego a la mina del culo. Por las creencias recibidas de mi padre, yo pensaba que ese reptil parecido a la lagartija grande era un ser fantástico o espíritu elemental de dios, y le perdonaba por obligación sin perdonarle.
Calla y sigue:
-El padre, apretando para Huesca, hacía acopio de carne, salando el culo y ejerciendo influencia maléfica sobre el follaje del huerto.
Hizo otra pausa y siguió:
-Yo siempre le decía; Padre es usted mi mal de ojo. Y yo reía a carcajadas, y él Rebuznaba como un Asno. Tendría usted que verle cuando se relamía y gritaba: “ya se acerca…, ya llega…, o qué momento; y explotaba, retirándose del culo confuso y aturdido, pero haciendo juramento de que yo aprobaría todo el Bachiller, como así se hizo.
El autobús llegó a su estación. Nos despedimos con un apretón de manos, quedando en vernos de nuevo, a la mañana siguiente, en la Logia Masónica.