Regreso al cuadro de los cuervos; ¿quién ha visto cómo, en ese cuadro, equivale la tierra al mar? (…) el mar es azul, pero no de un azul de agua, sino de pintura líquida(…) Van Gogh ha retornado los colores a la Naturaleza, pero, a él, ¿quién se los devolverá? (…) aquel que supo pintar tantos soles embriagados sobre tantas parvas sublevadas, el Café de Arles, la recolección de las olivas, los aliscampos; (…) ‘El puente’, sobre un agua en donde se tiene el irrefrenable deseo de hundir el dedo en un movimiento de regresión violenta a la infancia (…) /Antonin Artaud
Por qué la sencillez es tan impactante en Cuervos de Kurasawa. Tal vez porque, encadenado los primeros Sueños (El Pueblo de los Molinos de Agua, La luz del sol a través de la Lluvia, el huerto de Durazno y la Fiesta de la Muñeca) esconden hábilmente toda la complejidad de su puesta en imagen. Tal vez porque la estética aparentemente naturalista, de resplandeciente pureza, es en realidad profunda filosofía del director. Una ética que mira al mundo, como un hermoso artefacto de cajas chinas, del cual se puede entrar o salir con la mirada.
La película japonesa de 1990, inspirada por los sueños reales de Kurasawa, está formada por ocho cortos que dialogan entre sí, en la figura de un visitante, un observador. Sobrecoge de extraña forma el límpido fantasma de claridad, con el que se presenta la naturaleza, donde se sumergen los ojos rasgados del aprendiz, que no es otro que el contenido pintor que yace en Kurasawa. En Cuervos, esta representación nos lleva a la inquietante mirada del pintor holandés Van Gogh: campiña de un mundo perdido, de la imposible naturaleza de un otro mundo. Incomodo contraste para la oscura posmodernidad de la que culpablemente provenimos. Esa naturaleza de aldea, en los cortos de Sueños, resulta aterradora, si sentimos que la realidad que conocemos ahora, es tan virtual como artificial. También en la contradictora sociedad japonesa, donde la el pasado de una tradición, acompaña un presente empobrecido a la par, que tecnologizado, ( Denuncia y nostalgia del de raidioactiva predicción del Ogro Llorón de los Sueños). Akira descubre abiertamente pero con misterio, el gesto ideológico, con la hermosa presencia del maestro, el artista, y del alumno, que pacientemente canalizan nuestra expectación.
Cria cuervos y te comeran bellamente los ojos, Kurosawa interpreta en Cuervos, el mundo que a su vez interpreta Van Gogh, concertando el lenguaje de dos artes, el fotograma y la pintura para crear un nuevo cuerpo de sentido, con desconcertante sencillez, todo nos lleva al universo de las representaciones, a los rincones del film y de los cuadros. Y toda esta realidad de celuloide concebida por el director, existe al fin y al cabo, para ser pintada en el particular mundo del artista y viceversa. Para ser el instante detenido de un cuadro, dentro de otro, en el marco de la propia mirada; y no un reflejo realista de la orgánica naturaleza. Sucede con el autorretrato, donde más allá de la locura, el herido personaje de 1890 (interpretado por Martin Scorsese), contesta que una oreja merece ser cortada, si no converge en la fascinación de su pintura. ¡Porque no estás pintando! nos dice, ¡Es hermoso, donde lo veas!. Y Kurosawa, el pintor deseante que no lo fue completamente, hace deambular a su personaje, por la pintura del maestro.
Es interesante sino inquietante hasta la ingenuidad, acompañar este caminar como una experiencia estética de la mirada. En Cuervos se transita con el preludio N.º 15 en Re bemol de Chopin, el protagonismo de la música sigue las sinuosidades de los cuadros hasta el último, que lleva el nombre del corto: Campo de Trigo con "Cuervos", de izquierda a derecha de derecha a izquierda, buscando lo que se escapa, y desaparece también para el espectador. Búsqueda tan propia de la naturaleza del arte, y no de otra naturaleza, por la subjetiva ambigüedad, por las emociones que provocan los colores o las líneas de la obra. Un gesto interesante: cómo desbordan animadas, del cuadro, las imágenes artificiales de los cuervos, por el paisaje naturalista captado por la cámara. Cómo hace traspasar los seres del mundo de una representación a otra. Es el alumno del museo que ingresa a las viñetas, pero luego la pintura escapa del cuadro hacia el campo con la forma de oscuros cuervos. Entre estos niveles y mundos contenidos, el de la realidad, donde nos encontramos con la mirada, el del film y el del cuadro, ¿Qué extraña desesperación los mueve?
Así de un mundo a otro, de cajas no japonesas, más bien chinas, del museo, al interior evocado del cuadro, y nuevamente a la transformada realidad de la obra pintada, Akira nos lleva a la complejidad; con la naturalidad de una simple toma, al interior, y al exterior de los marcos para explorar, confundiendo, entrando en la contemplación de un óleo y saliendo de otro. ¿Qué encontramos? Lo que el sueño desea hacer realidad, ver al artista apasionado ante un mundo que muere con la luz del día. La única toma en blanco y negro el paso de una locomotora en los origenes del cine, es también un homenaje al arte cinematográfico , y "nos introduce a otra interioridad" , la del artista que no es otro que el propio Kurasawa, imágen que, con gran dramaticidad (repentina presencia en cortante blanco y negro que ascelera el ritmo), es acompañada por la música, y por nuestra impotente mirada, de seres perdidos en otra época, en otro mundo.