El enorme Multicine paceño se luce con los instintos menos sublimes de otra versión de La Bella y la Bestia. Sólo la bestia, sugiere el mito, convierte en mujer a la esquiva y pretenciosa naturaleza femenina. El Hombre Lobo es un remake del film dirigido por George Waggner en 1941.
The Wolf Man del 2009 sorprende por la atmosfera expresionista y gótica del antiguo clásico del terror. El director Mark Romanek realiza pulcramente un homenaje a las películas del género con varias tomas en contrapicada, bosques de oscuridad, la mansión familiar abandonada a la intriga y el histórico puente de Londres sobre la niebla felina.
Curiosamente, el espectáculo formal revela la nostalgia del espíritu que envolvía la vieja cinta del 41. De ella recordamos el sufirmiento de Lon Chaney Jr. interpretando a Larry Talbot, el miedo al contagio o el misterioso estigma de la maldición. De cualquier forma, la repetición parece estar condenada a cierto vacío de sentido y la actualización embellecida resulta ahora más comercial con una narración multimedia que garantiza su éxito. Sus personajes se aproximan al comic, como replica de la escena en la que el perspicaz detective muestra un periódico con la notica de un sangriento crimen retratada en dibujos. La película sobresale, más por los efectos, y los rapidos incidentes narrativos que por el retrato de los personajes. Por otra parte, no es de extrañar la fascinación del director por el desvío y la fuga a lo humano, Retrato de una Obsesión (2007) es la prueba, y la obseción es de la artista Diane Arbus (Nicole Kidman), una respingada fotógrafa que enamorada de "otra bestia" descubre el mundo inconsciente de sus verdaderos deseos en la azotea de un edificio.
Sin embargo, como un cuento de Poe, el posmoderno y retro hombre lobo, encarnado por el ahora corpulento Benicio del Toro, no se puede ignorar. En la versión 2009 la llegada del bíblico hijo pródigo (el lobo humano) dialoga libremente con la Metamorfosis de Ovidio, mito donde Licaón, rey de Arcadia, es convertido en lobo por intentar servir la carne de su propio hijo a Zeus. En esta nueva figura de licantropia, la enfermedad del instinto recuerda que cuando salta el animal los aristocráticos lazos familiares desaparecen, la temida Ley del padre se extingue, y ambos, padre e hijo, se desconocen, devorando sensualmente a la madre, la hembra de la tribu.
La experiencia sin duda es visualmente lujosa, menos siniestro, el mounstruoso Lawrence Talbot es acompañado por el símbolo femenino de la luna. Los no visibles deseos de la frágil mujer, cómodamente recostada bajo la peluda bestia, aparecen y desaparecen en el rápido envase- formula de la aventura predecible. Tal la naturaleza desencadenada y expuesta, de esta antigua aparición del incosciente colectivo. Donde empieza lo humano y donde termina lo animal, o donde termina la forma y comienza el contenido, es una paradoja de la réplica impecable que satisface sin percances. El espíritu del nuevo film no logra recuperar el asombro de sus primeros espectadores, ahora habitantes del pasado.