Claudia llosa, directora de Madeinusa (2006), regresa a la pantalla con La Teta Asustada (2009); la estética es similar, su protagonista (Magali Solier) y la protesta femenina, es la misma. Llosa demuestra su talento para poetizar la realidad y recrearla a su manera. Madeinusa está sembrada de rituales y costumbres imaginadas, en un pueblito inventado en la cordillera del Perú, llamado Manayaycuna.
Sin duda La Teta Asustada lleva el sello de la directora, y del recordado primer film, a través de "un mundo" que factura las expresiones del cholaje peruano y su imaginario andino, ahora en la ciudad.
Si cae en la sutura, la película es una complaciente recolección de figuras del cuerpo olvidado y maltratado del Perú. Separando las puertas del encierro, el film desemboca, abriendo el hermético cuerpo de Fausta (triste heroína de la Teta), por un túnel y desérticas dunas al borde del mar, donde descansa el peregrinaje de otro cuerpo, el de su madre.
En esta nueva propuesta cinematográfica se advierten por lo menos dos tendencias, por una parte el deseo de exhibir al público "ese mundo", y por otra el de identificarse con las necesidades de su personaje y de la voz colectiva que este representa. Si bien las más de las veces la primera aspiración nubla la segunda, la narración oscila pendularmente entre estos dos espacios de sentido, ascendiendo o bajando las interminables gradas del cerro, de las áridas favelas hacia la ciudad, o en travelling acompañando a la protagonista de la cocina de una gran casa al cuarto de “la señora”.
Desde la oscuridad de la pantalla, Madeinusa y La Teta asustada, comienzan cantándo al miedo para exorcizarlo. En La Teta Asustada el canto, diálogo intimo entre madre e hija, se reinventa recordando la marca que dejara la violación de la madre en guerra civil de la década de los ochenta. Si Madeinusa escapa de las manipulaciones machistas de su comunidad envenenando a un padre incestuoso; Fausta se libera del susto, sembrando una papa en su vagina. Hábilmente Llosa recurre a la papa como imágen telúrica de los andes, figura que crece echando raíces, susceptible de embarazar de alguna rara ansiedad, a espectadores y espectadoras feministas, vaginistas anónimos, inconfesables o melindrosos racistas de la Zona Sur, o incluso a acomodados sociólogos.
El barroco latinoamericano de la Teta linda con el realismo mágico; siempre oportuno para envestir y encantar la mirada extranjera en las pantallas (La T.A. gana el Oso de Oro en el festival de Berlín). Al fin y al cabo nos encontramos ante una mirada original, de cine de autor. Ante una interesante importación y un reordenamiento estético de los elementos de la realidad para explorar el profundo descontento del cholaje, ahora en su apogeo. La empática directora se pone y se quita la cabeza del personaje, mostrando una vez más la insurgencia indígena, de la mujer mestiza y chola, en el Perú. Más próxima a ella, Magali Solier no sólo actúa, también se actúa.
La Teta Asustada plantea entonces un velado triángulo amoroso, el del mundo expuesto y vendido, la necesaria complicidad del espectador y la contemplación introspectiva de Fausta, “la hermosa Solier”. Claudia Llosa no resiste el deseo de capturar su propio collar de perlas, y “de mirar por el otro” (o la otra en este caso), desde afuera: Ese afán inacabado de mirarnos a través de la otredad; tomando el lugar común y lo extraño. La directora siempre esta pintando y componiendo el cuadro, así se voltea una poética de la memoria de la identidad, por medio de radiografias que dejaran los muertos, estampas de santos, retratos familiares y fotografías tomadas en el repetido desfile de una serie de ritos matrimoniales. Igualmente recordemos que Madeinusa, guarda una singular caja de recortes y fotografías, y también es fotografiada como una virgen, en el enigmático Tiempo Santo.
De esta manera con una técnica y una fotografía esmerada, con buenas actuaciones, y cantos quechuas de la mujer planta, la Teta verdaderamente exuda algo de ese ethos cultural del Perú que convive con la muerte y la miseria, al borde de sus extremos y sus contradicciones. Grotesca pero embellecida, estirando las telas mortuorias al velo de novia, a los ritos de la fiesta popular y su avidez de burlar la muerte, La Teta intenta conmover y al mismo tiempo seducir al espectador.