El cine no comercial, el cine no visible (Cahiers du cinema), parece ser el cine de la resistencia pasiva, la agresión estriba en el descubrimiento del tiempo, y la contemplación. Largas panorámicas, o travellings que resultan interminables como los de La Ciudad de Silvia (2007) de Jose Luís Guerín, someten perversamente el cuerpo del espectador a una entrega suspendida y paciente.
Si no está preparado para convivir largamente con las acciones de los personajes en una realidad que no se excusa al desamparo y la crudeza de la realidad misma, no debería ver Los Muertos (2004) del argentino Lisandro Alonso. Inspirado en un relato de James Joyce, el director nos recuerda que los muertos somos todos, sobre una canoa en la selva o en la ciudad de cualquier época, des almados, o desfigurados por la realidad. Si desea turbarse calladamente con la complejidad del amor y del sexo debería ver 29 Palmas (2003) de Bruno Dumont, una de las películas más sobrecogedoras de estos tiempos, el film pasivo-agresivo, hermosamente estético, termina cortando el aliento con una resolución aterradora. El viaje por el tiempo se convierte en el viaje por el espacio. El viaje con la mirada se transforma en el paisaje desertico de 29 Palmas , textura, espacio del ánimo y del desencuentro de la pareja, Denny (David Wissak) y Cris (Yekaterina Golubeva), desnudos y extendidos al sol sobre una roca.
El cine no visible cae en el extrañamiento que suscita la cotidianidad y lo más rutinario. Pequeñas acciones se transforman en sobresalientes imágenes del mundo del hombre en distintas culturas y situaciones. Sin esperanza, "salvar al hombre" parece ser el reclamo silencioso de una ética que tampoco duda en utilizar el artificio cinematográfico y el mejor arte pictórico y plástico para crear cuadros de estupendas escenas que parecen espontaneas, o de algún giro fantástico para retornar a la realidad profunda. En No Quiero Dormir Solo del director Tai Ming –Liang, dos hombres y una mujer, abrasados por la contaminación ambiental de la ciudad de Tailandia, comparten su abandono en una cama que flota en el pozo de un edificio abandonado.
Si Supermarket (2007) del español Ferran Calvo sobresale por la cámara al hombro, y actores guiados esquizofrénicamente con un audífono por guionistas que improvisaban el guión a medida que la narración se va resolviendo, La Ciudad de Silvia será el resultado del meticuloso estudio de locaciones, movimientos de cámara, rostros, dibujos, y símbolos que calculadamente se mimetizan con una belleza sin igual buscando el rostro de una mujer que se disipa en el recuerdo de la ciudad francesa, todo un trasfondo psicoanalítico y un bagaje teórico que discurre entre la belleza que se duplica, la fealdad y la propaganda.
El cine independiente se niega a ser encasillado en géneros, y libera de una gratificación forzada al navegante que ahora completa la película con su mirada. La ilusión de la industria cinematográfica comercial resulta menos que insatisfactoria, para la exploración de un cine que no se anticipa al misterio de la realidad misma. Con otros canales de distribución el cine no visible se hace cada vez más visible y llega a nosotros gracias a la iniciativa de cineastas como Rodrigo Bellot y su taller recientemente dictado, del 5 al 10 de enero, en el Cine Teatro Municipal 6 de Agosto, nombrado con algún acierto poético “El Cine Invisible, el buen cine que nadie ve”.