Nos volveremos a ver empieza creando gran expectativa. El enfermero Holger inicia su primer día de trabajo conversando con la jefa del servicio asistencial Petra Opels. Pronto conoce a Bárbara la ayudante de cocina. Es el único hombre trabajando entre los ancianos y las mujeres en esa sección del asilo en Mannhein, Alemania. Su presencia alborota la soledad de las mujeres y su propia soledad se pone en escena. En la noche un grupo de músicos asciende por el ascensor.
La película de los directores Stefan Hillebrand y Oliver Paulus atrapa un gran tema, la relación de los tres personajes permite recorrer el mundo del asilo e interesar al espectador sin estremecerlo. Sin llegar a ser grotesco un anciano con pañales camina perdido por los corredores. Una anciana médium de ojos chispeantes es visitada por amables seres que visten de negro y cantan a los que van a morir. Entre quejidos y alaridos de los internos, los músicos esperan serenamente, se preparan.
Nos volveremos a ver no solo deber verse, también debe escucharse, la letra de las canciones populares de otra época, interpretadas por la banda de ángeles de la muerte dan toda una atmósfera al film. La irrupción fantástica transcurre desapercibida aportando un sentido poético a la película.
En Europa proliferan los asilos, los vínculos afectivos de hijos a padres se desvanecen, la intolerancia ante esta última etapa de la vida se ha naturalizado. En Verano en Berlín de Andreas Dresen (otra interesante película del Octavo Festival de Cine Europeo) también se vuelve sobre el oscuro lado de la moneda, el exilio de la tercera edad y la soledad de las mujeres. Los personajes de Nos volveremos a ver son reales, rostros y cuerpos creíbles. Petra es demasiado alta, Bárbara es demasiado buena. Holger se consuela con sexo telefónico. La tristeza de los tres personajes también se proyecta en los ancianos. En el desenlace del film ninguna relación se arraiga, todos terminan igualmente abandonados y usados. Con otra sonoridad, nuevamente “la muerte toca el violín para el artista” (Campbell).
La desadaptación y la orfandad del hombre reducido a departamentos cada vez más pequeños, a techos cada vez más bajos, toma forma en la película suiza, que empieza bien pero se vacía progresivamente. Con un guión poco claro y escenas no logradas como el juego de ollas entre Bárbara y Holger, o el penoso llanto de éste en un incomodo primer plano, el humor que despierta la astucia de la escena final no logra suplir la letanía de los últimos minutos, en todo caso abrazar árboles resulta tentador.
Así Nos volveremos a ver se suma a la mayoría de las ofertas del Octavo Festival de Cine Europeo donde la cotidianidad es el elemento que abre y cierra el devenir de las historias, donde no acontecen grandes transformaciones y la mirada se vuelve sobre sí. Con un tono ligero pero igualmente amargo, el humor se desprende solitario para abrir los ojos fuertemente cerrados a situaciones apremiantes.