Jaime Chavarri es el director de Camarón, una película que sin ser precisamente biográfica da a conocer al público boliviano la trascendencia de uno de los cantantes más importantes del flamenco español José Monje Cruz, conocido como Camarón de la Isla (1950-1992). La receta de narrar la vida y obras de un famoso no es extraña, la encontramos en Jhony and June que retrata la vida del cantante country J. Cash, o la vida de Ray Charles llevada al cine en Ray que profundiza en la psicología del artista, para citar solo algunos modelos americanos, o el reciente film cubano El Benny (Benny Moré) que tiene el merito de recrear las pulsaciones del público en su época.
Sin duda Camarón destaca por la puesta en escena y por una fotografía ciertamente artística que da profundidad a la historia y cuerpo a la música. Una experiencia que debe vivirse conservando la ilusión de que la música flamenca esta siendo realmente interpretada por los actores. La película es un homenaje que ha elegido abiertamente dar brillo a la vida de José Monje Cruz, a la intensidad del flamenco y a la cultura gitana a través de lugares comunes que no logran invalidar la belleza del film.
Si puede entregarse a esta levedad del sentido (el cliché de un Camarón sobre un caballo negro en la playa, o una mirada cursi a la relación de transferencia del artista con su médico), podrá disfrutar de escenas de la infancia y de gestos premonitorios. La ascensión del artista en Madrid, el matrimonio gitano, la llegada de su primer hijo, la adicción a las drogas y el duelo con la enfermedad de cáncer de pulmón son escenas que repasan la vida del artista ficcionalmente, con indulgencia y con más luces que sombras. El gran impacto de Camarón que revolucionó a contracorriente el flamenco llegando a incluir texturas propias del jazz no recibe verdadera atención en la narración. Por otra parte la fama es percibida en el ámbito de la intimidad del artista, su familia y sus amigos.
Camarón también sobresale por la calidad de los actores. El personaje de Camarón resulta enriquecido por el interprete, la actuación de Óscar Jaenada es gravitacional. La fuerza de la película recae en el actor que consigue imprimir su propio estilo utilizando su físico y la expresión de su fisonomía. El director se toma el tiempo para llamar nuestra atención sobre la imagen del protagonista, para poderla habitar con la mirada y con la música, así nos interesa en el retrato psicológico. Las manos, gestos y miradas nos acercan sutilmente a la subjetividad del personaje.
La cámara también se detiene en el deslumbrante virtuosismo de los guitarristas Paco de Lucía y Tomatito, interpretados por los actores Raúl Rocamora y Alfonso Begara. En esta ilusión los personajes son testimonio de autenticidad y cariño. Tampoco podemos olvidar la sensualidad de la paya (la amante rubia) o la pureza de La chispa, Dolores Montoya (la esposa). Curiosamente la candidez de La chispa no tiene la misma fuerza que la vampiresa y Paco de Lucia da sombra a la figura de Tomatito.
Camarón también seduce por la extraordinaria vida del lenguaje gitano. La cinta nos muestra la continuidad de la música con la vida del cantante, ambas se unen en la cadencia del film. La intensidad del flamenco es el contrapunto que sostiene y recrea la historia. Por supuesto la voz original de Camarón y el sonido de la guitarra de Paco de Lucía es el verdadero banquete transformado en imagen que recibe generosamente el público.