Simón del director holandés Eddy Terstall, fue la primera película en exhibirse en el Octavo Festival de Cine Europeo que se viene desarrollando en La Paz, y en pocos días en otras ciudades del país.
Con seguridad el público boliviano no esta habituado a la generosidad de los topless en la pantalla gigante, donde los cuerpos irrebatibles de bellas holandesas serán protagonistas difícilmente olvidables desde las primeras escenas. Estas figuras carnales, desenfadadas y grávidas como los senos operados de la morena boxeadora, o el trasero marmóreo de la rubia de un solo ojo, nos hablan de uno de los países más liberales del mundo, en donde la eutanasia, la marihuana legalizada y el matrimonio gay son realidades tan ajenas a nuestro medio. Todos estos temas se descargarán de forma natural, confluyendo armoniosamente en la trama.
En esta película de personaje, vemos la plenitud de Simón (Cees Geel) a través de los ojos de Camiel (Marcel Hensema), el homosexual que nos permitirá enamorarnos de la amistad del protagonista, que imanta la vida de un grupo de gente que vive su juventud acelerada y desprejuiciadamente. Con una tendencia realista, con saltos temporales al pasado, sin mayores artilugios, se propone un estilo que consigue trasportarnos desapercibidamente a la emoción. De lo superficial a lo profundo, el espectador será llevado con un humor distintivamente holandés a una reflexión sobre la muerte; del humor negro, al “sentido del tumor”, donde no existe nada más hondo que la piel, y donde todos sobreviven a las pequeñas y grandes adversidades, un ojo infectado por el semen de un tunecino, o un diente arrancado por un golpe en una pelea de box thai entre dos mujeres. En todo caso, más allá de un llamado a la tolerancia, el mensaje es la vida, vivir fuertemente sin rendirse o acobardarse.
El antihéroe Simón es una predica de acciones y vitalidad. No es un Simón pescador, o un Simón del Desierto (Buñuel) en una película inconclusa, se trata más bien de la última cena de un Simón amsterdanés, traficante de hachís, mujeriego y entusiasta de las playas, que opta por una muerte digna. Es una celebración que nos recuerda los excesos, la simplicidad y la fugacidad de la existencia, muy creíble.
En Simón el tema es tratado con ironía y valor, sin el melodrama al que estamos acostumbrados o más bien abochornados en algunas películas latinoamericanas. El logro del film consiste en llevar con humor un tema ciertamente pesado. A diferencia del dramatismo que caracteriza a films como Mar Adentro de Amenábar, y más próxima a Million dollar baby de Eastwood, donde sin embargo el debate sobre la eutanasia sigue siendo politizado, en Simón la discusión es otra, a un nivel más íntimo entre la hija y el padre, más auténtica y humana. En las escenas en las que ambos se despiden padre e hija decidirán que solo existe el momento presente, “la vida es un instante entre dos eternidades” , y prolongarán el tiempo ordinario en el que Simón todavía permanece con vida, “no existe el tiempo” , dirá la joven tailandesa abrazada a su padre. El final es la mejor escena de Simón , el gran salto es la muerte, el acto de valentía en el que se muere como se ha vivido.