“si llorabas las calles empedradas
te sentían pasar,
había un eco puro si llorabas”
Antonio Colinas
Sepulcro en Tarquinia
A Cathie
Te vi esconderte en el abismo:
llorabas como la lluvia.
“Poco tiempo”, dijeron en tu nombre
las palabras.
No bastan, a veces, las estrellas.
Trémulas, no son suficiente.
Rodean al acróbata
cuya danza final pretende liberarnos:
su desnudo altanero
presenta un halo sublime,
mortal de tanta belleza.
Llovizna.
Hoy, el bailarín sostiene en tu honor
la lluvia en sus manos.
En sus pálidas manos,
a veces el agua escasea,
otras, se desborda,
siempre escapa.
Házselo saber a tu gatita Rummy:
te busca,
espera sentada sobre tu lecho,
ni siquiera encuentra tiempo para relamerse.
Miro hacia el cielo anochecido y tuerto por la luna:
quiero acariciar la negrura para encontrarte;
temblorosas estrellas aparecen por fin,
luciérnagas vivarachas que titilan
para salvarte del viaje,
pero no son suficiente.
“Poca cosa somos” dicen los nublados
que, de tanto encapotarse y olvidar
a su paso sus propias almas, trajeron
tormenta y apenas te conocieron.
El bailarín que sirve a la muerte
se estira para exprimir la luna.
Llueve; la luna se escurre y te guiña su luz
cubriéndose con un sombrero.
Recuerdo que ese atardecer,
callabas mientras llovía,
o ¿fue tal vez que nevó
como llorabas?
Las lágrimas son copos, Cathie
y la gata espera todavía a que regreses.
Deja a Rummy contemplar la nieve,
una última vez, desde tu ventana,
mientras la niebla arropa al viento,
cuando el bailarín
quiere ahogarnos con su danza.
Susúrrame algo al oído con que cantarte
mientras miro tus ojos claros que son sabios
y caminan descalzos sobre el mar.
Duerme mi niña suave
mientras la luna desnuda su almohada,
cuando la luna descubra su sombrero y lo arroje a la lluvia,
cántame una nana deshilachada porque mi amor,
“di adiós al atardecer”,
te estás muriendo…
Hurgo en el cielo a la aurora,
y busco una tierna canción para amarte,
dime: ¿cómo suena la lluvia desde allí?
Donde estás… ¿suena aún a Chopin?
Dime, querida mía, si amaste tanto las estrellas,
¿por qué no bastaron para devolverte aquí,
a tus hijos, a tu gata?
¿no será su belleza todopoderoso abismo
o un océano que atormentado vuelca?
¿Y esta vez? ¿No será el afecto más fuerte
que el dolor del olvido
mientras tu recuerdo fallece?
“Y tú, bailarín, pastor indecente, sí tú,
di hola a la lluvia con las heridas manos,
con agujereadas palmas,
con manos que penden de llamas verdes.
Di un hola por donde se filtrará el agua
y crecerá el suave terciopelo de la vida”.
A veces las estrellas son insuficientes
para iluminar el prado de la noche.
Las piernas del bailarín señalarán a la tierra
y sus diminutos pechos puntearán al cielo.
Su cuerpo se debilitará con el rayo de luz,
mientras las olas volverán a tus ojos, pero jamás
serán suficiente.
¿Se esfumará tu delgadez de pajarillo
ensuciándose como la espuma?
Tus regalos sobre mi cama caen:
los guantes blancos, el collar
con el acróbata que sonríe
esperando tu muerte,
un hermoso abrigo, vacío, sin ti,
cuelga de la percha.
No,
a veces pienso que el amor
no sólo se refugió en los desvanes,
se fue a deambular por otro valle cualquiera:
mi corazón arrinconado no bastó.
Y ahora, dulce como tarta de cerezas
vuelas sobre mis recuerdos
o te mantienes, milenaria y orgullosa,
como un tronco de olivo que sonríe impasible
al polvo y a la lluvia.
Lo siento, trato de perdonarme
que te quise y nos alejamos,
y perdóname, sobre todo,
porque me quisiste.
A veces palpito en tu compañía
como primavera desahuciada
alcanzo por un instante
y esqueléticamente el cielo,
hasta que de tanto cielo y de tanto sacudirlo
azorado se rinde.
A veces mi cariño no será…
Tarta de cerezas,
mejillas y labios sonrosados,
tu amistad no se esfuma,
ojos bravos, rutilantes,
tu memoria surca la tierra a través
de árboles emplumados
cuyo plumaje de cristal
cede con hojas plateadas,
plumas que, cayendo en una danza,
oscilan viento abajo.
Un rebaño de tristezas en trashumancia
deja atrás los pastos frescos del cielo
y desciende hasta mí,
recorre el invierno de mis brazos
y te siento como a un árbol elegante,
de encantador penacho y ojos de cristal,
como el mar que pestañea
cuya destilación no será suficiente…
Te están esperando,
te están todos esperando,
otros
que no están ya aquí.