Texto escrito por Blanca Garnica sobre la reciente obra de Amanda Arriaran Aranibar, Signos Vitales, poemario publicado por editorital Kipus, y presentado en el Colegio de Abogados de la ciudad de Cochabamba.
Salud, con un vaso de moqhochinchi.
El sol ingresa lúcido. Se posa en mitad de la mesa. Uno tras otro se desgranan los poemas de Amanda Arriarán.
Se enfrentan entre el sol de la tarde y la sombra de la escritura. Vida y luz frente a la oscuridad y la muerte.
Creemos palpar la punta del hilo negro de un ovillo. Y taconea en la memoria el alma aterida.
Baila, gitana, baila.
La luna
veleidosa
de turgencias
transparentes
se fugó
de nuestro lecho
una desventurada
noche
de enero;
sumiéndonos
en tinieblas:
sobrecogidos
y extraños
en el intento
de un beso.
Podríamos casi dibujar. Palpar. Sangrar… a lo largo del sendero que recorre la poeta. Interminables las palabras que se arrastran heridas a muerte: “Vorágine de sombras”, “Habitáculo corporal”, “Senilidad”… y continua paso a paso.
Sin embargo, de tanto en tanto, la luz de la memoria, como luciérnaga sin rejas ni muro. Así rememora:
Mi madre
incansable
tejedora
de la vida,
amasaba
el pan
de cada dia,
con la destreza
de su ancestral
sabiduría;
mientras
que ponía
a hervir
la impoluta
castidad
de la leche
dominguera,
con la calidez
de su mirada
matutina
que nunca
dormía.
Es el mullido espacio del descanso en la paz del corazón cansado.
Más tarde, “La Búsqueda” y como ella misma dice, tras la sombra de Federico García Lorca:
En mis años
mozos
yo soñaba
con ser
la inefable
palabra
lorquiana
de cimbreantes
voluptuosidades
de Carmen
la gitana:
esa que seduce
al fuego
y al hielo
taconeando
brava,
al son
de una guitarra
con la cara
vuelta al cielo.Mas…
en el vano
intento
de adecuar
mi pulso
a los latidos
del eterno
corazón
del poeta;
me quedé
varada
en mis años
mozos
en el balbuceo
del verbo
que no llego
a verso.
Sí, poeta. Llegaste al cielo rosado de tu corazón. Allí nos eleva cada vocablo tuyo. Cada voz hecho sonido. Cada poema hecho música para llenar todos los silencios del alma. A dúo vamos, por el camino, mi poeta. Oímos las cuerdas del instrumento requerido y este camino se vuelve casi un lirio andante. Sin mácula ni piedra puntiaguda.
Fíjate, ya no es el “ajetreado y excluyente”.
Casi, casi alegría el parpadeo, “el diáfano prodigio cotidiano”, mi poeta. Este camino: la palabra, tu poesía!
Blanca Garnica