(…)La exposición es colectiva. Había pinturas al óleo, acuarelas, dibujos con sanguínea y carbón, objetos en madera con la pretensión de esculturas, y obras que aparentaban ser ya sea instalaciones u objetos de arte con material reciclado a modo de escultura transdisciplinaria. Las pinturas, salvo alguna relativamente bien realizada al óleo, no tenían ni las características técnicas ni de contenido para llamar la atención; eran como repeticiones e imitaciones cansadas de lo que Jorge o Gil Imaná, Solón, Ortega u Ostria hacían en la década de 1940. Los improvisados objetos escultóricos eran ya agotadas repeticiones de zampoñeros con aspectos de monolitos tiwanacotas y remedos de “ars póvera”. En resumen, es un grupo de obras tradicionalistas y folklorizadas, carentes de calidad y de contenido, que plantean la interrogante sobre si son arte, y que ponen en evidencia la pobreza de lenguaje y la ausencia de diálogo y de ideas con que se realiza el arte en la ciudad actualmente.
Esta constatación tanto duele como llama la atención en una ciudad con tan rica tradición artística y cultural como Sucre.
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