Lancen estereotipados personajes en una caja, agítenla, algo tendrá que salir: Probablemente la versión femenina del ascensor. No estamos obligados a la profundidad, nada nos obliga a pretender y a disfrutar otra cosa que no sea, por ejemplo, la gracia de una sencilla comedia con una dosis de supuesto dramatismo, y a través de esta un pequeño ensayo social. ¿Sin embargo hasta qué punto, en el ámbito de la comedia donde deliberadamente se prefieren personajes caricaturescos, el espejo donde se miran y tuercen sus negras mechas, es también el espejo donde nos miramos o nos interpretamos?.
Acordemos que el kitsch siempre es a los ojos del otro, que quienes lo viven no lo sienten así. Así nace la réplica escenográfica del primer largometraje de Amancay Tapia, en un popular salón de belleza, prefabricadamente kitsch, y voluntariosamente subtitulado al inglés para turistas en una sala boliviana. En Campo de Batalla, suena una monótona manifestación fantasma perdida en la curiosa ciudad de La Paz, lo suficientemente ajena como para poner su auditiva presencia en el interior, donde atrincheradas cinco mujeres trenzan sus miserias. La claustrofóbica atmósfera no es el inefable lugar de la interioridad humana, se transforma en una especie modorra del alma. Después de todo, en Campo de Batalla, las morenas mujeres paceñas descomplejizadamente acomplejadas, pueden representar el show ante los ojos de una extranjera, el quinto pasajero de la habitación del pánico. Todo lo que ella espera ver se mueve perezosamente en cuatro esquinas, dentro de polleras, vestidos birlochos y trajes de novia embarazados. Y para completar la facil fórmula narrativa, las confesiones, la solidaridad de clases y la redención femenina, la ovarica fraternidad ante el caos: la foránea no era estéril, andaba como de parranda, la embarazada no era "hi", era cocinera en la facultad de filosofía y había leído a Nietzsche. Eso por si hacía falta aclarar al público lo inteligentes que somos las mujeres y lo valiosa que es la mujer en general.
Sencillamente un corto, podría atrapar la idea que se extiende gratuitamente y florecer en un espacio realista con una cámara dinámica. Campo de Batalla, opta por un sencillo teatro filmado, otra respetable forma entre los híbridos de la imagen en movimiento. Pero la reconocida dedicación de todos los actores no es suficiente para amortiguar la inmerecida técnica del lenguaje cinematográfico, aquella que escapa al control de la buena actuación, y mal puede refugiarse en el ínfimo presupuesto. Es también una oportunidad de redescubrir, en una coyuntura adversa, el trabajo de Claudia Coronel, una interesante actriz que empieza en la pantalla después de un corto como El Manual de la Perfecta Concepción (Carlos Hurtado 2008), y tomar en cuenta a artistas como Erika Andia. A pesar del boom digital aún son escuetas la ofertas fílmicas en Bolivia, para actores que inmersos en la marea difícilmente pueden elegir las oportunidades, o preveer resultados.
La nada pretenciosa apuesta es tal vez, otro cómodo intento de leer las entrañas del país desde fuera. La directora en sus propios términos refiere, los que a nuestro entender son peligros de pequeños nuevos ensayos sociales en la imagen : "La película tiene algo de folklórica y un toque de ingenuidad en su imperfección y falta de pretensión que la hace entrañable y auténtica"