La “amarga vita”: Un juego de niñas

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Un juego de niñas (Un gioco de ragazze) vuelve a traernos el mito de la Lolita, esta vez en su versión perversa. Un grupito de chicas jailonas de provincia (las “ragazzas” del título) abusa de sus compañeras en la secundaria, vive la “amarga vita” y acosa al profesor de literatura que trata de cambiarlas para bien.
La película dirigida por Matteo Rovere retrata en un primer momento el mundo artificial de la clase alta italiana venida a menos y el “nomeimportismo” de sus adolescentes, preocupadas por emular a Kate Ross, drogarse en fiestas electrónicas (teniendo cuanto más sexo fácil y sin compromiso, mejor) y reirse de toda autoridad, desde la familia a la escuela, en un culto vulgar al hedonismo sin culpa, retratando a un juventud triste y gritona, sin rumbo ni brújula.
Rovere usa la técnica del videoclip trepidante para llevarnos del cogote por la vida acelerada de las tres protagonistas (la líder y pérfida Elena, interpretada por Chiara Chiti; Michela -Desirée Noferini y Anchoa -Nadir Caselli).
Y cuando el filme parece caerse, cuando ya el trío de malas malísimas (hechas, nomás) nos comienza a aburrir, Rovere da una vuelta de tuerca para transformar la película en un thriller emocionante con la entrada en escena de la figura del profesor de literatura (Filippo Nigro) el cual intenta en vano cambiar en sus clases la revista Vanity Fair por la lectura de Dante o Philip Roth y el que sufrirá el acoso sexual primero y la trampa mortal después de la Lolita más atrevida del grupo protagonista, la más manipuladora de sentimientos, que llevará el juego demasiado lejos.
Así Rovere primero nos pone ante nuestros ojos la típica comedia estadounidense sobre institutos de secundaria y aventuras de iniciación sexual adolescente para luego hacer guiños a lo Buñuel y su ácida crítica a las clases altas y terminar tributando a lo mejor de Kubrick y Hithcock con las intenciones de una mujer fatal sección “ragazza” típica de las grandes rubias demoníacas del Hollywood de los años cuarenta y cincuenta. ¿Exagero? “No romperé…”

 

 

 

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