Flandres

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“La tierra de Flandres para mi es un misterio”
Dumont.

 
La violencia es un lenguaje, y  no hay piel que la ignore,  Bruno Dumont lo sabe. El escritor y director francés  nos sorprende con algún espasmo. Sin aspavientos, con una sencilla estética, verosímil, Flandres (2005) crea un  mundo lacónico, paisaje donde se sobrevive y  transita.
 

El primer desasosiego acompaña una ceremonia del tiempo,  en Flandres  el instante  se aborda con paciencia,  a la deriva. El tiempo nos transporta de una escena a otra, olvidándonos en la imagen auditiva o en una acción que se pierde a distancia.  Y  reencontrándonos  mimetizados en el siguiente plano,  para ser digeridos por el paisaje. 

La película   trata la  historia  con pocos personajes y  planos, en un marco  deliberadamente despoblado. Incluso en las escenas de guerra  el tiempo impasible   golpea con la violencia de la monotonía.  Sabido es que Dumont deshabita el espacio  para alcanzar la abstracción, y encontrar algo de la remota  interioridad humana. Otro  aspecto proviene de la expresión rocosa del lugar. Como acontece en 29 Palmas, el  mar de arena en Flandres,  sitúa al espectador en un desierto de emociones,  donde los detalles apenas emergen. Ya 29 Palmas nos hunde en el espacio tiempo del lugar para lograr  el quebrantamiento, la violencia final. Ambos films suscinta y lacónicamente  bautizados con el nombre de la región donde acontecen.

El sexo y la violencia están tristemente emparentados confundidos en un  impulso de desahogo. Poco antes de fumar un cigarrillo, tan sólo  el tiempo muerto de la granja, herrumbre del tractor,  silencio de  la paja donde, blanca, alta y encorvada Barbe se acomoda  de espaldas como animal, para ser penetrada.  Luego interpuesta nos traspasa a la situación del yermo, y la imagen de  los  granjeros transformados en soldados,  camuflados en el desierto. El estallido de las armas sólo desacelera el tiempo  del  alejado cuadro.

Flandres pretende mostrar los instintos y el conformismo humano sin asco. ¿Son estos herméticos campesinos  pálidos y libidos  espejo de la verdadera emoción humana? Demester no duda en abandonar a Blondel herido,  escapa asesinando a una familia de campesinos.  Los soldados de Flandres,  representación de la tierra visceral del director,   apenas hablan, asesinan niños, violan mujeres.
Para capturar ese vacío la cámara mantiene un cierto desapego. En algunos momentos,  queda atrapada por la mirada  de sus personajes. Dumont nos transporta a  una historia que se va llenando a medida que se vacía.

Si  el final de 29 Palmas nos deja atónitos, Flandres, ganadora del gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2006,  nos devuelve la sensación de estar muertos. Refleja la peor imagen del espectador,  el que observa y deja pasar, el testigo, el mudo. O peor aún  el que se involucra perversamente junto a los inmóviles soldados mientras ven morir a  sus víctimas.

En la pantalla Dumont a dado vida, vulnerándose a sí mismo, a  un tipo de género humano,  el que deja de reconocerse, y se mira insensible.
 

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Acerca del autor

Escritora y periodista cultural. Licenciada en Literatura. Ha publicado el poemario “Fragmentos en el Aire” Ed. Gente Común. Relatos en las compilaciones “Algo por el Estilo” (Marcelo Villena, UMSA), “Memoria de lo que vendrá”,(Juan González, Nuevo Milenio), en “Más de cien escritores bolivianos” (Roberto Agreda Maldonado Ed. Kipus), en la Antología Primer Festival Internacional de Poesía José María Heredia, Toluca 2017 y la Antología XXII Enero en la Palabra. En medios como Los Tiempos, La Razón, El Diario, Opinión, Revista “Tu mundo”, Revista Municipal de Culturas “khana”, Revista de poesía “Alforja” y Cuadernos de Literatura “Pensamiento Decolonial y Literatura”. Como crítica de cine, ha publicado junto a Marcelo Reyes “Apuntes de Cine” Ed. 3600. Desde 2002 hasta la fecha es editora de la revista digital de arte y cultura, Palabras Más, de la que es cofundadora.

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