La ternura de una bala en la cabeza

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El cine actual tiene pocos directores tan originales, imaginativos y encantadores como el francés Jean-Pierre Jeunet. Con esta película confirma esas cualidades y le da continuidad a una obra fascinante y bien definida en los elementos que la componen: todas sus historias son sobre personajes inocentes que se enfrentan a un mundo hostil o corrupto, emprenden una utópica empresa por una buena causa y son ayudados por un simpático grupo de aliados dotados de singulares habilidades.

La anterior es la descripción general de lo que sucede en esta nueva cinta, pero también lo es de sus otras cuatro películas: Delicatessen (1991), La ciudad de los niños perdidos (1995), Melie (2001), Amor eterno (2004). Es cierto que los cineastas que son autores, es decir, que son dueños de un universo y un estilo definidos, siempre están haciendo variaciones sobre el mismo tema, sin embargo, en el caso de Jeunet, es más bien sobre el mismo esquema, lo cual puede resultar menos atractivo, pues para quienes conocen su obra, tal vez se antoje predecible o reiterativo. Porque otra cosa es cuando un director, por ejemplo, a partir de una historia, personaje o esquema diferentes, habla del mismo tema pero dice algo distinto cada vez: Won Kar-Wai con el amor, Scorsese con la relación violencia-redención, Almodóvar con el universo y los sentimientos femeninos, etc.

Con Jeunet ocurre lo contrario que con la mayoría de autores, esto es, mantiene el esquema y las características generales de sus personajes, pero varía el tema. En este caso se trata de un alegato contra los productores de armas, que son una vergüenza para la tan cacareada civilidad de occidente, así como la evidencia de su doble moral, de acuerdo con la cual cualquier principio se doblega ante la posibilidad de beneficios económicos y de poder. Aunque también es cierto que en todas sus películas siempre están presentes, en mayor o menor medida, ya sea como protagonistas o como componentes de fondo, el amor, la solidaridad, la fraternidad, el humor, la inocencia y la ternura.

En esta cinta hay una importante variación al esquema, y es que la empresa que emprende el hombre con la bala en la cabeza y sus amigos, no es nada altruista, como en otras ocasiones, sino que es una venganza que al final toma la forma de gesta justiciera. Y para lograrlo, Jeunet recurre a otros recursos ya harto conocidos en su cine: la lógica física de acción-reacción y el uso de ingeniosos mecanismos y artefactos. Ambos recursos se pueden ver, por ejemplo, en la secuencia de las abejas y la bala humana o en la estación, cuando montan todo un mecanismo para el arresto de los africanos.

Pero lo importante de tales recursos es que condicionan el relato y la concepción visual, pues la lógica causa-efecto hace que sea la sucesión de imágenes las que guíen la narración, mientras que los artefactos conservan esa apariencia retro que se le ha visto en la mayoría de sus películas y que, en este caso, contrastan con el mundo de alta tecnología de los antagonistas. Con estas características, entonces, la configuración estética y visual del universo de este director sigue siendo una de sus virtudes más llamativas y estimulantes, además de ya ser otro de los elementos que permite identificar inmediatamente su estilo.

Es evidente que este texto parece ambiguo al referirse a esta cinta, pues aunque reconoce la admiración por ella y su autor, también reprocha la reiteración de un esquema que presenta más de lo mismo y sin variaciones significativas. Y es que, efectivamente, la sensación que produce es ambigua, pues se trata de una bella historia, rica en ingeniosos y originales detalles, un divertido y encantador relato materializado con una estética propia, pero que tampoco sorprende ni entusiasma en la misma medida en que lo hicieron sus anteriores filmes.

Incluso, llevando más lejos las comparaciones, es inevitable percatarse de que son mucho más interesantes, originales y atrevidas sus dos primeras películas, codirigidas con Marc Caro, porque no son tan ternuristas e “inofensivas” como las de Jeunet en solitario, sino que, por el contrario, hay una mayor complejidad en sus argumentos y personajes, mayor riqueza y audacia estética, y un tono en el relato más oscuro y casi perverso, el cual logra un mejor contrataste con el humor, el ingenio y la inocencia que caracteriza los cuatro filmes. En conclusión: Jean-Pierre Jeunet es un genio con un cine encantador, pero extrañamos su amistad con Marc Caro.
 
 
 
 

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