Qué se puede decir de lo evidente, Sirwiñakuy es un borrador de película que nos deja imaginar el film que pudo haber sido. Acaso tan desprolija ¿como el país en el que vivimos?, como enarbola el márquetin de su sinopsis. No, el bajo presupuesto y el acceso al digital, no es pretexto para tarronear una historia de interesantes posibilidades. Esta como algunas otras afortunadas películas de nuestro cine, es una paciente y pedagógica lección de lo que no se debe hacer. Demuestra que no es suficiente ser teórico o amante del cine, se necesita la habilidad del técnico, la suma de las partes da el verdadero carácter a la obra final.
Singularmente la propuesta logra un acontecimiento poco esperado en el cine boliviano, que el desnudo con osadas actividades pretendidamente sexuales cause el menor deseo erótico. Sirwiñakuy, también es un involuntario y elaborado sadismo de cine de video con mala resolución en pantalla gigante. Maltrato al espectador o cruel emprendimiento, que nos hace comprender que la naturaleza de la seducción no reside en exponer la carne, o en poner a dos en la posición del misionero por delante o por atrás.
Si el cuerpo de Anouk se estira en la pantalla emocionando a algunos incrédulos, Verónica Paintoux actua aburrida de principio a fin. Acordemos que ciertamente no existe ninguna "lucha por el dominio y la sumisión entre el varón y la mujer” como anunciase el productor Jac Avila. Ninguna tensión real se ofrece a la desproblemática representación. Sin gran deseo de desnudar el alma el cineasta Avila es tímido al actuar, y anoréxicos diálogos se estropean por la mala calidad del sonido. Inversamente no olvidemos el agua en la boca al observar los repetitivos desayunos dirigidos por la norteamericana Amy Hesketh, que nos dejan en la incertidumbre hambre de lo que se trata de decir masticando bonitamente, regurjitando las consabidas escenas en más de dos horas.
Temáticamente Sirwiñakuy tiene la virtud de sacudir "el polvo" del tapete, la fantasìa de la mujer extraviada que necesita un hombre que piense por ella, un padre que la alimente, que la pege, que la vista como muñeca sexual y, por supuesto, que le haga el amor.
Ante la mojigatería del cine boliviano al menos un cine diverso en las manos Hesketh explora tibiamente el erotismo. Y despues de un tortuoso viaje de saltimbanqui en taxi, el exotismo del mercado de El Alto es muy oportuno para encerrar en una jaula toda nuestra barbarie aymara, domesticándola con el perverso chicotillo Kimsacharani.
Sí, exhibir el cuerpo como una escultura ante la ventana, y acariciarlo ante la caótica ciudad paceña es una idea prometedora. En Sirwiñakuy, promesa del cuerpo vacio, en una ciudad de espectadores menospreciados.