Tres hombres en traje y corbata sentados en negras sillas giratorias coronan la sobria escenografía de Mis muy Privados Festivales Mesiánicos. Detrás pasea una sado o sensual figura, ánima del formal trió de emisarios. Femme eterna que como eco, habita los pensamientos de cada uno de los personajes , como álgido espíritu o coqueta voz interior que manipula los excesos de estos seres que en realidad representan “mujeres”, en una “obra de mujeres”.
En este trance las tres masculinas visitadoras sociales, poseídas por el burocrático trabajo, largamente, harán gala del aturdimiento oficinesco, luciendo sus pesados trapos sucios como entrepapelados expedientes o gajes del oficio; y porque no, modelando ante el público sus tristes vidas de funcionarias de clase media, oficio que aparentemente sirve de nada, amén de niños maltratados y hogares derruidos, grandes ausentes del escenario. ¿Pero dónde están los niños? A mitad de Mis muy Privados Festivales Mesiánicos cáen obesos expedientes derramando hojas que simulan dibujos hechos por niños, único momento en que se hacen presentes con toda la carga de una inocencia desválida.
Desde Alemania, pasando por Buenos Aires, Textos que Migran presenta en La Paz Mis muy Privados Festivales Mesiánicos, probablemente para reconocer la universalidad de ciertos problemas, en otras culturas. Dramas cómodamente despojados de mayores detalles, reconocibles en todas partes, porque “en todas partes se cuecen habas” dirán algunos. Pero que tanto migran estos textos en el confuso repertorio del no lugar, en el de la palabra que describe pero que también crea vacio, hacia realidades como la boliviana. Como se conjugan texto y contextos en esta obra de denuncia.
Burócratas del desvarío, existen en partes todas, mesianicas mujeres histéricas y suicidas, también, sin embargo bien podía alterarse más el texto que migra. Más allá del simple cambio del nombres, o referentes de un Kinder alemán al del devastador Bichito de Luz, por ejemplo. Habría que preguntarse si el espíritu de la obra realmente dialoga con el drama en contextos totalmente diferentes como el boliviano. Si el director aporta su propia interpretación y sello estético al texto que supuestamente migra de una realidad a otra, encontramos esa involuntaria ironía, el poner sin querer en evidencia estas grandes diferencias, ante nuestros complacientes ojos de espectadores.
Tal ver el heroísmo feminismo de mujeres modernas en países del primer mundo, nos es ajeno ante estas abrumadas mujeres masculinas, que abandonadas al sistema, nada pueden hacer por la humanidad empobrecida. Ironía que pone en evidencia las buenas intenciones en el escenario, pero no en el basural de nuestras desgracias realmente privadas.
En suma gran acierto del director, el invertir los factores en la dramaturgia, originalmente la obra se presentaba con tres mujeres por delante, y un hombre por detrás. Al poner actores masculinos vestidos como tales oficinistas representando mujeres, produce el extrañamiento necesario para dar el verdadero peso a la obra. Masculinas presencias que convocan al femenino ser dentro de sí, y viceversa.
Sin duda impresiona el esfuerzo de los actores, que mejoran su interpretación en cada obra. Los actores demuestran su cuasiexactitud, agilidad, y oportunidad al hacer espontáneos arduos diálogos, que simulan perversas disputas. Si a veces el gesto decae cuando el extenso texto ocupa el primer lugar de la escena, creando toda la claustrofóbica atmósfera del agobio, o el monótono guiño de la moderada queja, la actriz Soledad Ardaya levanta el ritmo de la obra. Es así que la calidad y la exigencia de estos actores de teatro boliviano mejora cada vez más en los detalles.
El teatro de la parálisis se hace nuevamente presente en Mis muy Privados Festivales Mesiánicos, teatro boliviano alemán, obra de gesto y de texto o de textos que migran, pero no demasiado. Y que sin embargo a pesar de la camisa de fuerza del texto y de las inmóviles sillas donde están atrapados los personajes, nos hacen disfrutar del detalle de la actuación.
Elenco: Mario Aguirre, Soledad Ardaya, Miguelángel Estellano, Pedro Grossman
Dirección: Percy Jiménez
La Obra: En una oficina de un minstierio público, tres Trabajadores Sociales al borde de sus posibilidades. El número de casos se supera, los papeles se amontonan sobre los escritorios, el teléfono no para de sonar: abogados, padres que golpean, hijos que podrían golpear, denunciantes habituales. ¿Cuál es el límite? Un fracaso después de otro. En la vida, en el trabajo, en el amor. Un universo donde necesitaríamos asistencia y la realidad tira por tierra cualquier aspiración por hacer las cosas bien.
La Autora: Con 14 obras a su haber Felicia Zeller (Stuttgart, 1970) se ha consagrado en la escena alemana como una autora hiperactiva y una maestra en los juegos de lenguaje.
Mis muy privados festivales mesiánicos, o más bien Kaspar Häuser Meer como es el título orginial, nació por encargo para el Teatro de Friburgo y recibió el premio del público en las Jornadas Teatrales de Mühlheim en 2008. Para escribir esta obra, Zeller documentó la cotidianidad de tres asistentes sociales y su trabajo en el ministerio público. El resultado es un drama social sobre la necesidad de ayudar y la imposibilidad de ayudar a todos, pero también una pieza cargada de sarcasmo e ironía.