Crimen Oculto (2007) basada en la novela de Blake Nelson, es la penúltima película del versátil Gus Van Sant. Si le gustó Elephant (2003) o Last days (2007), no le desagradará la versión de espíritus culpables en patinetas.
Como siempre los jóvenes, fetiches de los que se enamora la cámara del realizador, hacen su aparición, transfigurados en inocentes ángeles, ágiles autistas en un mundo robótico. ¿Pero son retrato de la adolescencia norteamericana o son más bien una proyección, la antesala de la subjetividad en el rostro más conocido de su director?. Vengativos, solitarios o suicidas los personajes en la masacre de Elephant, o en Last days, y en Paranoik Park se parecen demasiado, sospechosa semejanza, que contrasta con el despabilado Jamal Wallace, el masculino chico negro de los suburbios en Descubriendo a Forrester (2000).
Pelo largo, polera y jeans sueltos, el ritmo lento o ingrávido en la luz se refleja en el vidrio de la cámara, imágen granulada de video casero, suaves colores, con una cierta estética artesanal de los 70, la versión posmoderna en la que no aparece ni una sola computadora y rara vez un celular. Las cámaras hacen del cercano espectador un entrometido que flota con la mirada y sigue fascinado la letanía del recorrido en la patineta, el vuelo a espaldas del personaje, o de frente mientras este cuerpo sueña despierto en las escaleras mecánicas. Las tomas subjetivas en cambio muestran un mundo en sombras, con imagenes auditivas desconcertantes como los ruidos que dan vida a los pájaros del empapelado en el baño donde el muchacho hace ablución del mal llamado crimen. El personaje no puede existir sin la cámara que como cordon umbilical tensa obsesivamente por la espalda (firma del estilo cinematográfico del director) y pulsa las imágenes.
Pero cuál es el verdadero crimen oculto, ¿ La confesión del accidente, extensamente escrita destinada al fuego y a los espectadores?, declaración que anula la premisa del título del film; o aquella que flota en el aire, entre líneas, como el retrato ambiguo de otra emoción, la incierta definición sexual y la razón por la que el personaje prefiere ir solo al escabroso parque. La iniciación gay como sugieren algunos críticos se instala invisible y de ella no puede apropiarse facilmente la censura del público. Al seguir en cámara lenta la capucha de parca, sobre los jovenes hombros, del que rueda en el túnel de Paranoik Park, no se puede evitar pensar en el mítico cuerpo largo de la vida y la muerte buceando la luz, viaje o seudotrascendencia del que se transforma o elige su transformación. Observado en la pantalla, el silente personaje obedece tranquilamente al conflicto de sus pequeñas voces interiores, parece sobrevolar la realidad, adaptarse con astucia al papel impersonal y actuar con naturalidad en la fria comunidad, en otras palabras, creser sin gran esperanza.
Lo interesante de la cinta es que no saltan los consejos morales, cierta impávida imparcialidad acompaña el deseo de Alex. Crimen Oculto pasa por la vergonzosa historia de la violación que se esconde por temor, es decir la obligada pérdida de la inocencia o el accidentado descenso a la madurez. Pero Paranoid Park también apuesta seriamente a la apatía, o más bien la psicopatía que vela la culpa, el último rastro de humanidad. La sensibilidad dormida de todos los silenciosos Alex en las frias instituciones educatiivas se desliza a través de una admosfera documental matizada por una convivencia subjetiva. ¿Acaso, perdidos y acostumbrados a la sociedad sin placer, estamos destinados a fantasear y desear el suididio, a callar lo que perezosamente nos proporciona inexplicable placer, o a sufrir el descabellado sabor de la venganza? ¿Es esa la alerta que opone Van Sant a la posmoderna sociedad, en la masacre de Elephant o los últimos días de un anoréxico Kurt Cobain?.