La apocalíptica 2012 de Ronald Emmerich se estrenó el 14 de noviembre en la Cinemateca Boliviana. Estremecida de efectos especiales deslumbra en una creciente oleada de destrucción. El paroxismo alveolar del fin del mundo se vende crujiente y se transforma en un mega parque de diversiones donde montada en una gigantesca montaña rusa de demolición la hermosa familia norteamericana patina un auto modélico que salta rampas de cataclismo.
Contemporánea versión del mito del arca de Noé, que coquetea fálicamente con una portentosa tecnología que surca los glaciares fecundando la tierra, el cine, negocia al precio de una entrada el orgasmo del atisbo omnisciente del ciclón y el terremoto, que hace vibrar las butacas. En la sociedad donde la realidad deja de existir para transformarse en la visión de una pantalla, la emoción se duplica como un remake de sonrisas y de éxtasis fílmico. La cáscara del mundo se resquebraja y el espectador sale fuera de sí sin ninguna adhesión afectiva. Jean Baudrillard sabe desde la tumba que la muerte ha sido suplida por el espectáculo del entretenimiento, y que es necesario morir, o más bien ver a otros morir varias veces en el reflector, para volver a nacer en el teatro de la existencia y la extraordinaria industria de la evasión, purga del fatal aburrimiento.
¿Qué nos dice a su manera la pipoquera 2012? Que el mundo es un arca flotando en la nada. Urna del final y la inimaginable cesación, quizás por esta razón las maravillosas naos (de la comprensión) retornan al lugar del despegue, la tierra devastada, para refundarlo. Porque no pueden atravesar, como esperabamos, la última frontera del espacio fuera de este mundo.
La realidad virtual y la hiper-realidad del ojo mecánico precede y sabe actuar la desrealización de la realidad, simulacro de gigantes exhibiciones que regurgita ruidosamente el final. El Titanic de la falsa catarsis, el cine reciclaje del mundo que se vacía para volverse a llenar, vuelve a ocupar butacas, con impresionantes efectos especiales.
De los mayas apenas nada; paternalista, el conmovedor discurso norteamericano pide que se dejen entrar exiliados a la barca del rescate, que se soporte, y que se invite a los amiguitos pobres a la fiesta de cumpleaños. Más ceñida, la epicúrea boca de John Cusack es imperdonable. Los malos y los inválidos mueren, "todo lo genéticamente bueno subsiste", los niños buenos se salvan y se van al cielo del show mediático, la pequinesa sobrevive, pero no la perra, la amante rusa termina en el embudo.
2012 también hace, sin querer, un pobre guiño a La Gioconda esta Triste de Antonio Mercero (1975). En la perdida cinta, el enigmático cuadro de Monalisa deja de sonreír, e inexplicablemente el mundo en ruinas cesa de existir. El fondo del cuadro es predicción de la memorable, última,escena que muestra el retrato del desastre en el cuadro de la pantalla de cine.
200 millones de dólares luego de El día después de Mañana (2004) y El día de la Independencia (1996), “Ya no uso pañales, daddy”, es la frase que nos regala el cine 2012, cerrando el broche de la ostentosa escena que con seguridad irá a ver acompañado de su familia o de su triste vida.