Dolían los ojos al ver la pereza de los pies regordetes del fraile, ascendiendo la aspereza del cerro de Potosí, calzando su atuendo franciscano por la maleza y haciendo rodar la roca mache de Alí Baba y los cuarenta ladrones, para regresar con el blandengue saco de ropa sucia disque de oro y plata del tesoro de Rocha. Y no olvidemos el afecto del perro que lame sus nobles partes a la luz del día a la entrada de la casona del enriquecido monje, picada de la intrépida cámara. Con el giro Ed Wood por delante, y el tapado de Rocha por detrás, un esqueleto arrebata almidonado a un albañil con la sonrisa chueca. Olvidables escenas reposando en la cueva del tesoro, con pocos huesos y pocas nueces, donde la osamenta de la vengativa india amante de Rocha yace peligrosamente callada bajo el vestido cuadrado y la peluca negra. Ciertamente la virginidad cinematográfica en nuestro medio no es muy apreciada pero sí muy practicada. Ingenua y divertida “la maldición del chavo” no deja de cautivar en la nueva película boliviana.
Al fin y al cabo qué es el cine sino el deseo infantil de creer que el gato es la liebre, y que la curiosidad realmente mató al gato, aunque evidente sea que mal se hace al muerto. Sin duda los realizadores de bajo presupuesto, se divierten y divierten a su vez con un humor inintencionado. Exponiendo sin pudor su poca experiencia con el error y el horror predecible, su amor al cine se pone a prueba. Sin embargo salen a flote al desplegar sobre el tapete trucho de la imagen, una idea extraordinaria. Descubriendo el tapado de la historia, con un guíon que a grosso modo sorprende con sus inesperadas vueltas de tuerca.
Desenterrando del olvido una leyenda costumbrista, en locaciones de ciudades extraordinariamente pesadas como Potosí y Sucre que notoriamente escapan a la pobre realidad de la imagen DVD y de la actuación suficientemente ingenua. Sin evitar el costumbrismo, en una película cuyo argumento gira en torno a una leyenda potosina evidentemente costumbrista.
Con malas adaptaciones de época ( la de la colonia, tal vez la mejor lograda, los años 80 y la época actual, realmente indistintas). Pero con interesantes efectos digitales que modifican locaciones o transforman la cara de un personaje en la carcajada de un demonio de patas de cabra; la realización experimental, (de la que podría ser el borrador de una gran película) , también nos demuestra a su manera, que es la narración la que importa, el inmemorial acto de contar, e imaginar que la utilería es fina. No se puede negar entonces el animo de la película que a pesar de todo se satisface ludicamente y contagia , trastavillando por el relato este film tiene espiritu, y no se compara a otras producciones formalmente bien elavoradas pero vacias de alma.
Qué se puede decir de una película cuyos realizadores afirman con algún desenfado su falta de experiencia y su amor al arte, en una producción que pretende demostrar que el cine no es inalcanzable a pesar de los bajos recursos. Tal vez (como indica Carlos Mesa en una entrevista realizada a PM) que sin menospreciar este tipo de hazañas cinematográficas, las mismas deberían entrar en un circuito de “categoría experimental”.
Circuito que debería alentarse para ver las producciones según sus propias coordenadas experimentales, unas perdonables y otras imperdonables, algunas empíricos productos a medio camino que abren posibilidades de mejores realizaciones, y otras experimentos que tienden puentes para transformar la mirada . De esta forma se puede lidiar con la incomprensión y la domesticación del público que no está preparado para la euforia de las iniciativas del cine pobre y experimental que se vio anteriormente frustrado en films como Airampo y muchas otras retorcidas, divertidas, y no menos válidas imágenes del deseo.