La Duda (2008) dirigida por John Patrick Shanley es una película precisa, y pulcra. Lejos de La Mala Educación almodovariana donde se ponen al rojo y al descubierto los trapos sucios del recuerdo que marcan toda la vida, La Duda no muestra, infiere con gran tensión a cada momento en silencio, la duda. Inspirada en el espíritu del teatro que se complementa con la negra gran pantalla, con pocas locaciones y una sobresaliente actuación calculada, pone énfasis en el gesto y la imagen que delata la palabra.
La adaptación de época se desarrolla en 1964, en el colegio San Nicolás del Bronx, donde un sacerdote, Flynn (el robusto Philip Seymour Hoffman que se ganó un Oscar como Truman Capote) seduce a su congregación en un impecable cuello blanco coronando la discreta papada papal y fálicas uñas enfrentándose a la neurótica hermana Aloysius (Meryl Streep), directora del colegio. La monjita James (Amy Adams) probablemente representa el lado no menos perverso de la balanza moral el que nos involucra como espectadores, y nos hace preguntar qúe es peor la ignorancia o la indiferencia (no lo sé ni me importa).
El cordero de la discordia es el primer alumno negro de la escuela, Donald Miller, y la historia es el reducto oscuro del escándalo y el chisme, la pedofilia y la relación indebida entre sacerdotes y niños, entre niños y negros hábitos sacerdotales que arrastran las hojas del frio invernal. Por supuesto la película juega con el erizado contexto actual, donde el dilema moral se anticipa a la incomodidad, presente a lo largo de la película, donde además se desenvuelve la tensión que hay, al hablar siempre de manera indirecta del tema, ya que en ningún momento se mencionan las palabras concretas. Es así como las metáforas y el forcejeo verbal ponen en discreta escena las debilidades de nuestra triste naturaleza humana, arrancando lágrimas teatrales y profundas a la Streep.