Finalizó el nuevo ciclo de cine mexicano que trajo en su repertorio la película El Mago del director Jaime Aparicio. Recordemos que Aparicio llegó a La Paz y participó con este film en el Festival de Cine Latinoamericano del 2007. En dicha oportunidad tuvimos la oportunidad de conversar brevemente con el director sobre la película que no pasa desapercibida en vivos colores, y en fotografías, protagonistas reveladoras de la trama.
La lúcida fotografía de Diego Arismendi y la fascinación que confiesa Aparicio por las fotos antiguas "que disparan la mente a revivir una escena completa" crean un particular homenaje al cine de los años setenta y ochenta. La cinta, ligera y sin grandes pretensiones, festeja tristemente el pasado y no fuerza la superficie del relato. El mago intenta llanamente como indica el director “detener el tiempo y acercar a las personas”. Un esfuerzo que acompaña a Tadeo (Erardo Gonzáles), mago callejero y antiguo fotógrafo de vedettes, cuando decide ajustar cuentas con los seres de su pasado: un amigo muerto apodado El tigre y Raquel, la mujer desaprovechada.
En el film las fotografías de una época detienen el tiempo y acercan a sus personajes, la pobreza es el lecho cotidiano de la barriada donde el humor apenas se despierta y convive inocentemente, sin escapar a la distracción televisiva. Con una preparada dosis de grotesco y el erotismo de algunas escenas, El Mago se acerca con familiaridad al orbe de mendigos y prostitutas donde anida la marginalidad. También nos aproxima al espectáculo popular, en romance con la muerte de una época, en los barrios viejos de México.
Así como el personaje Tadeo logra atrapar con su cámara el instante de la muerte de su mejor amigo El tigre, la película El Mago se transforma bella e inesperadamente en una ofrenda a la actuación de Gustavo Muñoz (Félix, el asistente de Tadeo). La actuación de Muñoz simplemente se roba pantalla confiriendo vitalidad y goce a todo el film. El actor falleció el 2004 antes de exhibirse la película. Recordando a Gustavo y sus propios rasgos autobiográficos, como la muerte de su padre, el director Aparicio resalta la escena en que los dos amigos, el mago y Félix, se despiden y espectan su cercanía con la muerte, “la carnalita”. No es otra la figura que identifica a ambos personajes “Vine hice mi desmadre y me fui”.
Si bien se trastocan los límites de la realidad, para Aparicio el film no pertenece al género del realismo mágico, "una película expresa simplemente lo que intenta decir (…) la magia y la realidad no están separadas, la verdadera magia esta en el espectador”. La película retrata así la historia de un último acto de desaparición, el acto de la propia muerte para vengar al amigo. Aparicio comenta que la magia en El Mago descubre el deseo de ser sorprendido, "de ver y no ver" . Tadeo repite la frase suspendiendo a Morgana en el aire (la joven peluquera de su vecindario) y la confirma a su manera intercambiando identidades con el cuerpo muerto de su amigo Félix.
La ambigüedad de un final abierto plantea tres posibilidades para el director: Tadeo esta muerto, o esta vivo y vive rodeado de sus fantasmas, o encuentra su ultima parada en la tierra frente al mar. Así ambos protagonistas Tadeo y Félix asisten a Pie dela Cuesta donde acuden otros fantasmas festejando el reencuentro y el escape a otra vida. Este, o tal vez otro para el espectador, será el final libre de una película llana, agradable y humana.