A lo largo de la historia, frecuentemente Filosofía y Literatura han cruzado sus caminos. Algunos dicen que la Literatura, aun siendo ficción, habla sobre verdades esenciales. En cambio, otros piensan que la Filosofía, a pesar de buscar verdades esenciales, no deja de ser ficción.
Jorge Luis Borges se encuentra entre los segundos. Piensa que las invenciones de la Filosofía son tan fantásticas como las del arte. Sin embargo, apoyándose en el nominalismo de Guillermo de Occam y en el empirismo de George Berkeley, toma una postura filosófica y se asume como agnóstico, es decir, una persona que no cree que el conocimiento sea posible.
De los nominalistas (aquellos que en la vieja discusión sobre los universales que ocupó a la Filosofía de la edad media afirmaban, en contra de los realistas, que las ideas eran sólo nombres que se les adjudicaban a las cosas, flatus vocis, y que no tenían una existencia real), toma la idea de que el lenguaje no representa la realidad. El gran maestro del lenguaje descree totalmente de éste, en cuanto que con él se pretenda sobrepasar el hecho estético de su uso mismo: “Suponemos que el lenguaje corresponde a la realidad, a esta cosa tan misteriosa que llamamos realidad. A decir verdad el lenguaje es otra cosa, es un hecho estético”.
Borges ve en el “entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem” (los entes no deben ser multiplicados sin necesidad) de Occam, una prefiguración del idealismo inglés del siglo XVIII, representado en el “esse est persipi” de Berkeley, de quien más que el contenido de su doctrina, admira su modo de argumentar. En “Nueva refutación del tiempo”, dice: “(…) contrariamente a lo que Schopenhauer declara (Welt als Wille und Vorstellung, II,1), su mérito [el de Berkeley]no pudo consistir en la intuición de esa doctrina [el idealismo]sino en los argumentos que ideó para razonarla”. Y en “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius”, escribe: “Hume notó para siempre que los argumentos de Berkeley no admiten réplica y no causan la menor convicción”.
El empirismo gnoseológico de Berkeley bajo el principio de “ser es ser percibido”, niega la existencia de cualquier realidad fuera de las percepciones. Niega, asimismo, la existencia de ideas generales abstractas. Esta única coincidencia con el nominalismo es, también, la única con Borges y la que le basta para pensar que el lenguaje no representa a la realidad y, ésta a su vez, es imposible de ser conocida. En “Avatares de la Tortuga”, dice: “Es aventurado pensar que una simple coordinación de palabras (otra cosa no son las Filosofías) pueda parecerse mucho al universo”.
Al tiempo que le niega a la Filosofía valor cognoscitivo, le concede un valor estético. Le concede también la tarea de estructurar la realidad, porque para él, aunque no conduzcan a la verdad, las filosofías proporcionan sentido. El hombre es un ser impregnado del lenguaje que no le ayuda, en principio, a conocer el universo, pero le permite algo más importante talvez: recrearlo estéticamente. En el "Epílogo" a Otras inquisiciones, confiesa que: "(…) debemos estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético y aun por lo que encierran de singular y de maravilloso. Esto es, quizá, indicio de un escepticismo esencial".
Pero ni por un instante duda de la existencia de una realidad independiente del pensamiento y es aquí donde difiere con el idealismo inglés: “No engañan los sentidos, engaña el entendimiento. No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil”. Entonces, la cuestión no está en la existencia o no existencia de una realidad exterior o independiente del pensamiento, sino de una incapacidad esencial del hombre de conocerla. A Borges no le convence el argumento metafísico del idealismo inglés, todas las negaciones postuladas (sobre la sustancialidad de la realidad, el universo, la existencia del espacio, la materia y al final, del espíritu y del sujeto), sirven para mitigar, pero no para anular la perplejidad que nos causan, son consuelos secretos, pero insuficientes.
Álvaro de Campos (uno de tantos poetas que Pessoa no fue), más próximo a David Hume y sin más argumento que su propia experiencia, pudo haber dicho una vez que: “(…) Las cosas son sensaciones nuestras, sin objetividad determinable, y yo, sensación también, para mí mismo, no puedo creer que tenga más realidad que las otras cosas. Soy, como todos nosotros, una ficción del “intermezzo”, falso como las horas que pasan y las obras que permanecen, en el remolino subatómico de este inconcebible universo.”
A estas doctrinas que Berkeley y Hume sostuvieron, Borges con algo de ironía, talvez, las lleva hasta sus últimas consecuencias y con sus mismas razones, trata de demostrar la inexistencia del tiempo: “Éste [Berkeley] y su continuador David Hume abundan en párrafos que contradicen o excluyen mi tesis; creo haber deducido, no obstante, la consecuencia inevitable de su doctrina. Dicho sea con otras palabras: niego, con argumentos del idealismo, la vasta serie temporal que el idealismo admite. Hume ha negado la existencia de un espacio absoluto, en el que tiene su lugar cada cosa; yo, la de un solo tiempo, en el que se eslabonan todos los hechos. Negar la coexistencia no es menos arduo que negar la sucesión”.
Para Borges esto es un juego: el juego de negar, dudar, conjeturar, especular, que le permite la Filosofía. Su interés en ella no coincide con el de los filósofos. A Borges no le interesa filosofar ni reflexionar sobre temas filosóficos, le interesa la materia que ésta pueda proporcionarle para escribir, al fin y al cabo, para él, la Filosofía es una parte de la Literatura. En una entrevista con María Esther Vásquez, dice: "No soy filósofo ni metafísico; lo que he hecho es explotar, o explorar -es una palabra más noble-, las posibilidades literarias de la Filosofía".
Borges es el jugador y la Filosofía, que como el ajedrez, es un tablero hecho de verdades y no verdades. El juego que en él se ejecuta implica el pensar, que suele ser uno de los placeres más grandes y complejos en el hombre.
CORRER O SER
¿Fluye en el cielo el Rhin?¿hay una forma
universal del Rhin, un arquetipo, que
invulnerable a ese otro Rhin, el tiempo,
dura y perdura en un eterno Ahora
y es raíz de aquel , que en Alemania
sigue su curso mientras dicto el verso?
Así lo conjeturan los platónicos;
así no lo aprobó Guillermo de Occam.
Dijo que Rhin (cuya Etimología
Es rinan o correr) no es otra cosa
que un arbitrario apodo que los hombres
dan a la fuga secular del agua
desde los hielos a la arena última.
Bien puede ser. Que lo decidan los otros.
¿Seré apenas, repito, aquella serie
de blancos días y de negras noches
que amaron, que cantaron, que leyeron
y padecieron miedo y esperanza
o también habrá otro, el yo secreto
cuya ilusoria imagen, hoy borrada
he interrogado en el ansioso espejo?
Quizá del otro lado de la muerte
Sabré si he sido una palabra o alguien.
EL GOLEM
Si (como el griego afirma en el Cratilo)
El nombre es arquetipo de la cosa,
En las letras de la rosa está la rosa
Y todo el Nilo en la palabra Nilo.
Y, hecho de consonantes y vocales,
Habrá un terrible Nombre, que la esencia
Cifre de Dios y que la Omnipotencia
Guarde en letras y sílabas cabales.
Adán y las estrellas lo supieron
En el jardín. La herrumbre del pecado
(Dicen los cabalistas) lo ha borrado
Y las generaciones lo perdieron.
Los artificios y el candor del hombre
No tienen límite. (…)