Una película que podría ver sin retracción es el Fin de los Tiempos. Sin duda Night Shyamalan sabe cautivar la atención suspendiendo la intriga hasta el final.
Como en La Aldea, Señales, o en el Sexto Sentido, en esta ocasión el gesto paranóico se apodera de otra dimensión situándonos en el espacio interior del hombre, que se desplaza y se proyecta en la naturaleza.
La fobia terrorista de El Fin de los Tiempos toma forma en la amenaza externa y en la desconfianza del hombre hacia sí mismo, que se mira en el espejo de la naturaleza. La paranoia a los espacios abiertos se instala progresivamente y Las Señales que presagian el miedo a todo lo que no es La Aldea norteamericana. Lo hemos Sentido. Después de Sexto Sentido, Shyamalan nos sorprende nuevamente con la sofocante presencia de lo invisible.
Menos sobrenatural la amenaza se encuentra ahora en el tánatos que se desencadena dentro del individuo generando un suicidio masivo. Como otra parodia apocalíptica el tema ecológico nos encierra hábilmente en una casa artificial, nos atrapa en el viento y en árboles amenazantes que arrastran algo así como el temido Horla de Maupassant, una fuerza invisible en el espacio que llega para terminar con la una especie débil, la humana: “…el viento, que silba, gime y ruge. ¿Acaso lo ha visto usted alguna vez? ¿Acaso puede verlo? ¡Y sin embargo existe!”
En El Fin de los Tiempos se puede percibir la influencia de la estética Hitchcock, el mago del suspenso. No sólo en el corte de la fotografía y la atmósfera que crea, recordándonos a Los Pájaros y la inexplicable naturaleza que se revela contra el hombre, o en el los giros psicológicos que hacen actuar extrañamente a los personajes. También en el protagonismo de la música que lleva y eleva la narración donde desea, y que, como en La Aldea ha sido especialmente construida para la película con la atenta participación del director y el compositor James Newton Howard. Rodeada de misterio, la luminosa imagen de una ermitaña destrozándose contra las los vidrios de su casa, como si se lanzara contra el encierro de si misma, ha sido bellamente creada, y sólo por la encantadora escena, la atmósfera de la película merece ser visitada.
La desestructuración del hombre, la desorientación hasta el absurdo y el suicidio parecen ser los rastros traumáticos en la ficción cinematográfica que subsisten después del 9/ 11. Una vez más la ausencia de explicación es el efecto mas luciente y mejor logrado, rodeando de profundidad a la película, volviendo extraños y extraordinarios los lugares comunes. Curiosamente algo del espíritu de La guerra de los Mundos de Steven Spielberg, y el reciente Cloverfield de Mat Reeves se suma al delirio que obliga al éxodo en el cine americano.
Shyamalan nos deja con las ganas de ver a la hermosa Zooey Deschanel, la muñeca de superficiales ojos azules de vidrio y al interesante Mark Wahlberg, ambos con la inocencia de los personajes de los cincuenta , suspendidos en una gran escena final ( venciendo el miedo a la muerte, saliendo de su encierro, entregándose al viento), en cambio Shyamalan se permite un final convencional, explicativo y taquillero.