Luigi Domenico Gismondi

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La obra que hoy nos convoca constituye un hito en la historia de la fotografía boliviana, al tratarse del número 1 de la colección de “Libros de Fotografía” auspiciada, en esta primera experiencia, por la Fundación AUTAPO -empeñada en la loable tarea de “Educación para el Desarrollo”- y por la Embajada de Italia en la Paz, a cuyo dinámico y entusiasta representante, D. Silvio Mignano debemos la poética presentación del libro de P. Querejazu.  A la aportación financiera de tan distinguidas instituciones hay que sumar la desinteresada colaboración de los descendientes que hoy regentan el Estudio Gismondi de La Paz, de los responsables del CEDODAL en Buenos Aires y de varios investigadores argentinos y peruanos. Las informaciones brindadas por éstos, junto con las imágenes conservadas en numerosos repositorios fotográficos bolivianos y extranjeros han contribuido, sin duda, a la solvencia y calidad de los datos y fotografías con los que nos instruye y deleita el autor de esta memorable obra.

Como me sucedió meses atrás, cuando Querejazu me invitó a presentar el libro dedicado a Guiomar Mesa, considero un placer y un raro privilegio hablarles de su nuevo trabajo. Aunque hace casi dos décadas (las de mi llegada al país) que vengo interesándome por el desarrollo del arte en Bolivia, es ésta la primera vez que me enfrento a una publicación dedicada exclusivamente a la fotografía. Consciente como soy, sin embargo, del doble valor de ésta como arte y registro de la realidad íntima e histórica de individuos y pueblos, no he podido resistirme a la lectura y contemplación de sus páginas, fuentes de enriquecimiento personal y estímulo intelectual que, espero, descubran cuantos tengan la oportunidad de examinar este nuevo libro.
De todos es conocida la solvencia de P. Querejazu como restaurador, investigador de los cinco últimos siglos del arte en estas tierras e infatigable gestor cultural de la vida boliviana. En anteriores ocasiones he tenido la oportunidad de manifestarle mi aprecio por el rigor y calidad que exhibe en cada una de sus empresas culturales. Hoy vuelvo a hacerlo, pues las casi cien páginas que dedica a la presentación y análisis de la obra del fotógrafo ítalo-boliviano Luigi Domenico Gismondi, son una nueva prueba del compromiso que con la historia y el arte de este país ha contraído el autor y editor de esta obra.

Éste no requiere presentación alguna. Los treintaicinco años que lleva publicando en Bolivia artículos y libros sobre Patrimonio cultural y conservación de obras de arte, sobre Arte Virreinal boliviano y americano, sobre Arte contemporáneo, Museos y Políticas culturales han hecho de él un referente irrecusable para todo el que, dentro o fuera del país, se interese por cualquiera de tales materias. A los más de sesenta artículos y libros de arte ya editados, se suman cientos de reseñas críticas y presentaciones de connotados artistas en catálogos nacionales y extranjeros.
Queda, con todo ello, más que probada su solvencia en estas lides, pero aún así, y para que se comprenda mejor la relevancia que el libro actual puede llegar a alcanzar, déjenme recordarles que Pedro Querejazu Leytón viene interesándose por la historia de la fotografía en Bolivia desde, al menos, 1990, cuando publicó en el diario Presencia “La fotografía y sus 150 años”. En ese mismo año, en la revista Encuentro, nos acercó al registro visual que de la memoria de sus primeros tiempos republicanos guarda Bolivia en “Un país que se conoce a sí mismo. Aproximación al arte fotográfico boliviano del Siglo XIX”. Desde entonces, su interés por el tema no ha cejado y, aunque inédito, nos consta que ha escrito un estudio sobre La fotografía en Bolivia, 1840-1940 del que, sin duda, el que hoy nos ofrece es parte.

Si a todo ello sumamos los capítulos que sobre Bolivia y el arte boliviano se incluyen en las ediciones del Dictionary of Art de MacMillan Publishers de Londres  (1993) y en el libro que las editoriales Phaidon y Nerea han dedicado luego al Arte Latinoamericano del siglo XX, junto con los artículos que sobre el arte nacional ha publicado en los Catálogos de las Bienales de Artes Visuales del Mercosur y en exposiciones de carácter internacional, bien se comprenderá que goza el autor de prestigio internacional y reúne todas las condiciones para escribir un libro de este alcance.
Hemos de congratularnos, en consecuencia, por la afortunada iniciativa de la Fundación AUTAPO al confiarle la edición, con la aportación financiera de la Embajada de la República de Italia en Bolivia, de este número pionero en la que esperamos sea una larga serie sobre Libros de fotografía.
Es de alabar la diagramación y orden que Pedro Querejazu en tanto que autor y editor, ha dado al libro, dedicando una primera parte al texto en el que se pasa revista a “La persona y el contexto histórico y cultural” de Luigi Domenico Gismondi y su producción fotográfica, la segunda –que resulta fundamental- a un nutrido catálogo con más de doscientas fotografías ordenadas por series temáticas, y una tercera parte que interesa a cuantos deseen profundizar en el tema, al incluir, a modo de Anexos, la Reseña biográfica y lista de las Colecciones que conservan obra de Gismondi, además nutrida información sobre la Bibliografía dedicada a la historia de la fotografía latinoamericana y boliviana, tanto en libros como en revistas de arte, catálogos, publicaciones periódicas y páginas electrónicas.

Merced al texto escrito por Querejazu, los lectores interesados podrán conocer el contexto cultural y artístico en el que se desarrolló la vida de Gismondi: Su emigración, con algunos hermanos, desde Italia, en donde nació en 1872, hasta Sudamérica en 1891; su matrimonio, en Perú, en 1901; su residencia en La Paz desde 1904 y el meritorio trabajo fotográfico que desarrolló, en unión de sus hijos Luis Adolfo y César en los estudios que los miembros de la familia Gismondi establecieron en esta ciudad y en Lima.
Las especulaciones del autor sobre la formación del fotógrafo (al no existir registros documentados de las dos primeras décadas de su actividad profesional), su relación con los fotógrafos peruanos y bolivianos contemporáneos –entre los que es forzoso recordar a Julio Cordero Castillo, Arturo Posnansky, los hermanos Kavlin y el afamado Martín Chambi-, los gabinetes de fotografía y los avisos publicitarios de L. D. Gismondi son apartados que, sin duda, satisfarán la curiosidad de todos los lectores. No menor interés tienen los dedicados por Querejazu a las diversas técnicas fotográficas utilizadas por Gismondi y a la publicación, mediante su colaboración en el libro dedicado al Primer Centenario de la República, con National Geographic Magazine o a través de tarjetas postales, de algunas de sus más prominentes fotografías.

Con todo, quizá sea el estudio que Querejazu dedica al ejercicio de la profesión por Gismondi, dando cuenta del registro que el fotógrafo hizo del territorio y del lugar -dejándonos memorables vistas de la Paz, el altiplano, Oruro, Uyuni, Potosí, Cochabamba, el lago Titicaca y sus islas, las ruinas de Tiwanaku y de los monumentos incaicos en el Perú, las expediciones que abrieron caminos por Bolivia, los ingenios mineros, los medios de transporte contemporáneos o del puerto de Arica-, uno de los apartados que más pueda interesar a los amantes de la geografía, al mostrarles cómo el ser humano la transforma en el transcurso de su historia. Hablando de ésta, el medio centenar de fotografías que reserva el autor al registro de la muerte en lo íntimo y lo público, o el recuento que nos hace de la vida social boliviana, a través de desfiles militares, fiestas indígenas, retratos individuales y en grupo de presidentes, políticos, eclesiásticas y literatos del país, además de los que dedica a miembros de la etnia Charote del río Pilcomayo y, en intensos retratos, a aymaras, quechuas, cholas paceñas u otros personajes –hombres, mujeres y niños- vestidos con ropas indígenas, tienen la virtud de clavarse en nuestra retina y hacernos sentir, próximos y misteriosos a un tiempo, a todos estos seres que definieron la Bolivia de hace medio siglo.
Tan nutrido registro de imágenes permite a Querejazu ordenar por series temáticas tanto la actividad profesional como los intereses particulares y artísticos de Gismondi, esbozando, a través de todas ellas, un retrato del país y de su ambiente, de la sociedad y de sus individuos.

No fue L. D. Gismondi ni un pionero en la técnica fotográfica ni un artista innovador en procedimientos o temática. Pero, sin duda, estuvo a la altura de su tiempo, manifestando conocimientos e intereses que trascienden lo meramente comercial y lo constituyen en un digno continuador de lo que, en torno a 1840, iniciaron maestros como Daguerre o Talbot y luego siguieron, en la misma centuria, Eastman, Nadar, Cameron, Brady, Fenton, O´ Sullivan, Gardner, Frith, Bisson, Stieglitz o Chambi entre tantos otros motivados por documentar, además del paisaje, los trabajos y días de sus gentes. 
Tras haber leído el texto de Querejazu y contemplado atentamente las fotografías que le siguen, forzoso será para todos reconocer que nos hallamos ante un inteligente y sensible fotógrafo empeñado en testimoniar las inquietudes – con su carga de pesares, logros, añoranzas y memorias- de los bolivianos de su tiempo. Pero, como sucede con la obra de todos los artistas grandes, la de Gismondi trasciende los límites e intereses nacionales y toca el entendimiento y la emoción de cualquier ser humano, ya que, junto con las evocaciones que sus imágenes despierten de fotógrafos contemporáneos, también, a cualquiera que conozca algo de la fecunda historia del arte, le traerán memorias de los retratos naturalistas, pero llenos de dignidad y franqueza, de Velázquez, Rembrandt, Murillo o Catlin, y el interés que por el paisaje americano y las gentes que lo habitaron mostraron Bierdstad,  D´Orbigny o Melchor Mª. Mercado. Los fondos académicos, con bucólicos paisajes o elegantes ruinas que Gismondi solía utilizar como telón de los retratos de estudio nos recuerdan que lo propio, inspirándose en grabados llegados de los Países Bajos o Alemania, hacían antaño los más prominentes pintores virreinales y, en su época, otros famosos fotógrafos. Incluso la última foto del catálogo, con jóvenes jornaleros tirando de una cuerda, da testimonio de la aproximación que a la pintura realista de Courbet y Millet o a obras finiseculares ejecutadas por Rodin, Caillebotte, Segantini o Sorolla, muestra Gismondi.

Pero, más que todo ello es, quizá, el retrato triple que el francés L. Gaulard tomó de L.D. Gismondi (contando con la idea o, al menos, aquiescencia del modelo) y que Pedro Querejazu eligió como portada, el que mejor resume la posición de Gismondi en la historia del arte: Evocaciones del retrato triple que Van Dyck dedicó a su patrón, Carlos I de Inglaterra, o de las meditaciones que Tiziano hizo del paso del tiempo en el individuo humano, junto con la del misterio de la unidad y armonía de la Trinidad divina en tantas obras del gótico europeo o del arte virreinal altiplánico y hasta de las Tres Gracias clásicas, con sus diversas poses, se funden en tan sugestivo retrato. Nos invita a meditar en la vida activa, contemplativa y sensual; en lo que creemos ser, lo que piensan que somos y en la memoria que de nuestra existencia intentamos dejar en los otros.    
Por todo ello parece justo que el primer número de esta Colección esté dedicado a tan insigne artista. Hacemos votos para que este libro sea semilla para la publicación de otros. Sólo así los fotógrafos activos en el país durante estos dos últimos siglos tendrán un referente amplio con el que mostrar su trabajo, y sólo así también –como señala Querejazu-, al “retroalimentar la memoria…de los individuos y grupos humanos del país”, podrán proyectarse éstos en el mundo y dialogar, serenamente, con su pasado.      
Felicitamos, pues, al autor por el libro ya editado y le animamos a proseguir con la tarea que a sí mismo se ha dado: la difusión del arte boliviano.

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