Prosas Sacras de Guillermo Augusto Ruiz

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Poesía evanescente como el agua de la lluvia al sol, como la escritura a los ojos del lector. No sólo escritura fluida, sino escritura de la fluidez, que implica una conciencia lúcida del tránsito, del cambio, y también del acabamiento que signan nuestra condición o destino. De ahí que el agua sea, en la poesía de Guillermo-Augusto Ruiz (La Paz, 1982), el elemento predominante como imagen y realidad del universo, y asimismo,  el principio que pauta el decir poético: “Una gota de tinta con la cual empezar el mundo. Una gota de tinta. / Una ínfima porción del pantano de Lerna.”, se lee en “Elogio de la Hidra”, poema que inaugura Prosas Sacras (título que, es obvio, evoca las profanas y célebres de Rubén Darío).   

Cifra de la poesía de Ruiz, el agua señala asimismo el doble movimiento que alterna en su escritura, la cual se desplaza como “lluvia horizontal” (dicho sea con el título de uno de sus hermosos poemas) o movimiento vertical, precipitación, caída. De este modo, levedad y gravedad, agua y fuego, amor y soledad, pactan en una escritura que opta por la ondulación serpenteante de los textos de Francis Ponge, o por la línea recta a la manera de los criptogramas poéticos de René Char. “La muerte no tiene cara, pero uno tiene la cara de la muerte. / Y solo queda el deseo, el ardiente de ver alguna vez, cara a cara, nuestra propia cara”, escribe Ruiz. Con idéntica brevedad y precisión se manifiesta la carta de creencia del poeta: la íntima correspondencia entre “La vida la poesía”,  título y poema emblemático de su hacer poético:

Es la leche de la noche.
Es la lluvia del alma en el hondo espejo de la muerte.
Es el manar de las palabras, del silencio
Que gotea en el cuenco de las manos.
Y todo es un incendio.

Este poema –demás está decirlo— es la mejor presentación de Prosas sacras, por cuyas páginas fluye una voz antigua y nueva para la poesía boliviana contemporánea.   

Eduardo Mitre  
 

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