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Mátame por Favor es el título de la nueva obra de Eduardo Calla. La obra cobra vida por la dupla de perversos: el protagonista, encarnado por el conocido actor Cristian Mercado y el nervioso cómplice , interpretado por Anuar Elías. Personaje que se lleva las risas del público, como servil “ser vil”, o débil “Igor”, par o complemento del fuerte doctor de la desgracia (Cristian Mercado).
Mátame por favor quiere ser una parodia, guiño a la nueva generación de invencibles cineastas: a las tesis despachadas a dos o más manos, a Casting, cine boliviano del terror, dirigido por Denisse Arancibia y Juan Pablo Richter. También alude menos elegantemente a la dupla de psicópatas burlones en Funny Games, del director de cine Michael Haneke, y a tantas otras versiones no logradas de la película. Afan cómicoperverso de las ansiedades de algunos directores de cine. Símil, que pone en evidencia la creación y la manipulación, como la tensión de un solo acto despiadado de poder: o la caprichosa frase del sicópata en las películas "lo hago porque puedo". No es casual, por lo tanto que la construcción de los dos malentretenidos maltratadores que se malpresentan como cineastas, coincida con los debacles del oficio de los cineastas bolivianos.
Anuar, esta vez con tembleques dedos acusadores, retuerce las cuerdas de los muñecos del dolor. Aquellos que se dejan inmóviles y atados, tendidos, o amordazados en alfombra de confortable departamento de clase media alta. Terrible responsabilidad para Patricia García, Rodrigo Reyes Ríos y Diego Toledo, actuar tan sólo con emociones, con gestos: responder agredir y defenderse con miradas, y bien llevar el ritmo de la parodia, de la supuesta tensión y el mal querido humor. Contestando sin palabras a la seducción de los dos perversos.
Cristian Mercado no sólo deber llenar el vacio, ante los espectadores, sinó también ser perverso. Los torturados poco ayudan, no logran que sus pocos diálogos, sean grandes oportunidades. Mercado lleva la batuda del lenguaje, de uno a otro lado de la sala, intentado la seducción de la tortura.
Así padece este teatro gore boliviano, de berrinche y neurótico ruido de de las víctimas. Supuesto el goce de poder de los mal tratadores.
Servida, la mesa de la tortura consiste en forzar los besos, exacerbar los celos amorosos, y exponer la violación de todo espacio privado para hacer visible el fantasma de la tortura psicológica. Pero el espectador mal podrá imaginar la catarsis de la supuesta porno tortura, el mórbido placer de estar vivos en una sociedad enferma.
El logro de Calla esta en torcer la tuerca del posible desenlace de la historia más de dos o tres veces, dar cuerda al guión, y volcar rápidamente la tortilla.
Un trabajo prolijo en video arte se hace evidente. Deja de ser mero complemento, para integrarse a la obra. La video creación pertenece a Álvaro Manzano. La música, la selección de temas varios (musicalización de Patricia García), alcanza la vida que reclaman las escenas de la obra, acortando la distancia entre el observador y la parodia.
Pero sobre todo el acierto de Calla estriba, en dar un lugar preponderante a la lectura de un texto a modo de confesión, o seudo Dialogo de la Vagina en el corazón de un hombre perverso.
El texto en simbiosis con la música y el video, aparece como un cuadro inserto dentro del cuadro más grande de la historia. En esta confesión poética se puede apreciar la escritura de de calla. Sin tener que preocuparnos por escuchar, además, los rápidos y atragantados parlamentos de otros actores, y otras tantas simultaneas distracciones. Así Calla hace notable diferencia a su habitual estilo saturado.
El desafío de la nueva obra esta en mantener el ya logrado estilo Calla sembrado de marcas: como los arrestos domiciliarios, las inesperadas entrevistas de trabajo, los inauditos agentes encubiertos, celofán de premios consuelo, celulares y cómica manipulación indeseada. El desafío esta en matener esa convención paródica o retorción neurotica de nuestra intrascendente clase media; y al mismo tiempo poder reinventarse. Lograr que no asistamos a la apariencia de la misma obra de teatro, aunque las historias sean diferentes.