Foto: M. Reyes/ Estreno de Los Viejos
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| Foto: M. Reyes/ Estreno de Los Viejos
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Es sabido que no tiene problemas en quedarse horas en acechanza de un acontecimiento, Los Viejos es el título de la nueva película de Martin Boulocq estrenada recientemente este 9 de Junio. Esperando con la cámara a que la realidad se presente, con una paciencia activa de cazador de imágenes. ¿Cuáles son los aspectos llamativos de esta nueva producción cinematográfica del director Martín Boulocq?
En primer lugar, la construcción de una metáfora que enlaza el concepto de familia, con el de dictadura. Con la pesadez de estas ideas contrapuestas, Boulocq crea la familia como perverso órgano, reproductor de heridas invisibles o secuelas del trauma, como la represión del silencio. El pesado fantasma de la dictadura, de García Mesa y Luis Arce Gomez, tiene los rasgos universales de las dictaduras en todos los países del mundo. ¿Cómo logra este híbrido de sentidos torcidos? Introduciendo imágenes documentales de cuerpos desnudos de la memoria histórica en blanco y negro. Soplando la imágen auditiva, "del testamento bajo el brazo...” del discurso Arce Gomez , sobre el protagonista que se aleja de espaldas en un viñedo perdido en el espacio de una pesada tarde.
Por otra parte el título Los Viejos señala a jóvenes envejecidos, lacónicos protagonistas, herederos de esta historia. Recuerda no sólo simbólicamente a Los Muertos del invisible Lisandro Alonso, con los que la película guarda afinidad, por un rastro de estética documental, o ficción documental que desplaza la cámara siguiendo a los personajes; haciendo de esa realidad un colash de instantes, o fragmentos más largos y silenciosos. Sale también fuera de campo, parte de Lucrecia Martél y su Mujer Sin Cabeza, que bien podría ser "viejos sin cuerpo", con voces fuera del cuadro de la pantalla, unidad hecha de fracturas que crean una narración minimalista, que el espectador deberá leer a su antojo.

Una característica curiosa es el método empleado en la dirección de los personajes y de la cámara Red. Los actores tenían apenas una información dosificada de lo que debían hacer en la escena, y del curso de la historia. La directora de fotografía Daniela Cajías, tampoco sabía lo que iba a acontecer en el momento de filmación y debía escribir la historia en imagen con el seguimiento de la cámara. Nos preguntamos si la técnica de la improvisación y la sorpresa funciona tratando un tema tan pesado como el de la dictadura. Exajerando, por supuesto, se puede presentir en algunas escenas, que los actores saben tanto como los espectadores. Pero considerando que la película retrata el olvido traumático de un acontecimiento (del que nadie desea hablar conscientemente), y como dibuja entre la ausencia de memoria, y la cotidiana tarea de vivir, parece que el instinto del Boulocq logra por otro camino llegar a la atmósfera de la Roma de los sueños pesados en la historia boliviana.
La imagen es sorprendente y sólo por ella la película merece ser vista (naturaleza desbordante y solitaria, extremadamente tranquila como los es el campo tarijeño) resplandece con muchos reflejos sobrepuestos. Se ha elegido “el reflejo” como símbolo de una identidad difuminada, la cámara refleja los cristales en que se miran los personajes, y pregunta progresivamente: ¿En qué me miro o qué me mira?. La fotografía construye la película sin necesidad de palabras. Probablemente los personajes no necesitan hablar porque el silencio de la naturaleza, que no es tal, se apropia de la la narración en Los Viejos. Y cuando sucede, el sonído de la música es el efecto más importante del director, que ha elegido la voz de un niño tarijeño cantando en un coliseo, emulando el efecto del canto en una caverna. Por lo demás la chicha cumbia, que según Boulocq está contando la historia de fondo, corresponde a Los Ronish.
El final de los Viejos ha causado conciertos y desconciertos, para algunos es un final forzado con música inapropiada, yo por el contrario me inclino a pensar que toda la película es un hondo suspiro que provoca falta de aire, y la risa final es como un desahogo, donde se expira la contención extendida y demorada tensamente a lo largo de la cinta.
Muchas idas y venidas y la idea del camino como el transcurso pasivo e inquietante de la vida, es lo que el espectador encontrará en Los Viejos. Seguramente, rastros del cuento de Rodrigo Asbún llamado La Carretera, que fue el ojo formador de la idea que salta del texto literario a la imagen cinematográfica.
También surge la necesidad de preguntarse si la película revela la crisis, y la batalla interior de todos sus obradores por entender y sentir el significado de lo que representa una dictadura, ya que tuvieron la suerte de no haberla vivido realmente. Dado que no hay arte sin dudas, creo que en sus momentos débiles (como el tenso equilibrio de la represión de algunos diálogos), la película revela ese vacío, la imposibilidad de acceder a lo que desesperadamente se propone. En este sentido la derrota también es una victoria, de lo contrario sería una impostura, el cliché de un producto prefabricado.¿No es acaso la sustancia y la paradoja de todo arte, señalar el rumbo desbordante de lo indecible?, ¿No lo cree así...??
Los Viejos parece ser la esperada redención de Rojo, deslucida por una actuación exagerada, que no competía con Amarillo y Verde, de Bastani y Bellott, autores de la trilogía en película. Llevando la ficción de la interpretación, a un grado más extremo, Los Viejos semeja la continuidad de la estética de Lo Más Bonito y Mis Mejores Años. Como si su personaje retornara de su propio exilio al monótono hogar que no espera.