Taquirari triste
A este buri los que traen taquiraris tristes,
se lo bailan con su sombra y sin siquiera
pedir una sobada de vívora. La vívora huele
a sexo. Arrofaldao, abajado del caballo, sudadas
caronas, con hijoyputas o aribibis lleninga la boca
mientras suena una de Sapo Pinto.
-¿Y si aún quiere tomar el fresco bajo los aleros?-
vaya derecho mi hijito sino aquí le costuran
a balazos.
-Está bien que le recuerde su recuerdo olor a madera
a ahumada bolacha y ella ni pa' ir a mear.
Mire si hasta poeta y entretenido me ha salido
¿Cuándo la compara con una orquídea que vive
de la humedad del aire?
Hace bien en no acordarse y ud. no es remedio.
Dizque ¿queriendo meter mano todo porque
ha invitado una botella de culupi? No se haga
el vivo, que ahoringa le salta mi gallo.
Para Marco Aurelio Karageorge
Rurrenabaque diciembre 2013
El turbión
¿Se acuerda que éramos como dos charatas apostadas
en las ramas del toborchi anunciando la lluvia? Dos
matronas liando cigarros, prediciendo el tiempo, que si
es un chilche o un aguacero fuerte con rayos partiendo
los árboles o un espantaflojos. Que si mañana un solazo
leído en los aros de la luna…pero pa' su verdá
esperábamos la llegada de este turbión con su dañinera
parecido a una sicurí borracha. Si esta pareciera que
hubieran vaciado todas las tinajas del cielo sobre los
techos, chacos, inundando bajíos. Nuestros críos mangos
amarillos pintados a la acuarela, con el estómago suelto.
Hasta nuestro Tigre ladra a lo que fuera la tranquera,
parece a espantar el dengue o alguna ánima bendita,
temblorosa fiereza con mal de rabia.
Todo húmedo y desordenado, las gallinas tuvieron
que pernoctar en el tutumo ajeno, esperando
conjuntamente, bajen las aguas o de nuevo se
las suban -no vaya ser que una mañana nos haga falta
Miro el suelo es decir el agua y veo círculos que dan
los suchas…cuento…uno, dos,cien…
Si fuera tiempo seco por seguro diríamos se trata de algún
agonizante animal herido, ¡pero si no hay un poco de tierra
seca a leguas a la redonda! …Comadre ¿qué será?…me
da mala espina.
Rurrenabaque diciembre 2013
Ambos poemas de la última obra editada en Plural, 2015.
Mauricio Souza señala:
Bodas de orégano, décimo libro de Jorge Campero (Tarija, 1953), es el inventario melancólico de una manera de convivir con la muerte. En estas versiones y diversiones de Campero, se elude la mitificación (la muerte no es una vía de conocimiento, como en Jaime Saenz) o la agudeza del lenguaje en tanto refugio y valentía (Humberto Quino). Campero frecuenta en cambio una muerte cercana (“bizca”, que “escribe a dos manos”, que “sabe a sarro”), una muerte que no conduce a ninguna parte (“todos los ríos –dice– nos llevan”), una muerte que ha sido gastada por la vida (“yo que fui la Jane amiguita personal de un tal Johnny Weissmuller”), una muerte venida a menos, algo “falta de glamur” y que, como todos, se defiende del desgaste tratando de mostrar buena cara, acicalada con “unas gotas tras las orejas y perfumada toda con Imperial Magesty de los naufragios”. Es decir, y como suele suceder en los libros de Campero, aquí el lenguaje se demora en la abundancia del presente y es por eso, quizá, que esta poesía sea expansiva, dispersa, próxima a la configuración incesante de “poéticas en borrador”. Para esta voz, el presente basta y sobra; el ayer es sólo –dice un poema– “un pelo en la sopa”.
Bodas de orégano es también el inventario de una geografía, la de la ciudad de La Paz (Sopocachi, San Pedro, Vino Tinto, la calle México, las laderas), arca de Noé que sólo en su destrucción encontrará sentido: “mándanos fuego y que alcance para todos”, ruega. Y ni en estos momentos alegóricos pierde Campero su afecto por la concreción del mundo. Un ejemplo: el que podría ser otro caballo emblemático (de esos que suelen poblar nuestra premonición del fin) se convierte en este libro en algo preciso y entrañable, algo que nos gustaría ver y tocar: “caballo veloz sangrante color té”.