Max Jutam(2010): La Historia Perdida

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“Me he peinado bastante/el espejo/ ya no devuelve mi partida”
Max Jutam de Carlos Piñeiro, fue ganadora del Amalia Gallardo 2010. El corto que no excede los nueve minutos, empieza con la imagen  del lento baile del agua en el lago Titicaca, olas de ida y vuelta, espuma que se desvanece a lo lejos para devolverse sobre la silenciosa arena abrazándola. Un adormecedor movimiento de la naturaleza que simbólicamente marcará el significado de toda la historia. Vemos un niño jugando en la orilla, maravillado obnubilado ante las aguas. Max niño es llamado por una voz y se incorpora para acudir  al llamado, internándose en las montañas de su pueblo. En otra escena  lo vemos ya adolecente, ahora saliendo de la casa familiar para emprender un viaje, con un atado en la espalda y un “misterioso maletín”. La madre lo llama: Max Jutam, que en aymara significa “Max ven”. “No te olvides el regalo vas a traer” le dice entregándole un sombrero de visera. Son las últimas palabras que escucha Max, de la madre que regresa al patio de cuarto de adobe, junto a la familia reunida. El padre, muy probablemente el padre cierra la puerta. Vemos a Max corriendo detrás de un camión cargado de bultos, subiendo y acomodándose.
Luego el viento o quien sabe qué extraña razón, el viento, hace que Max pierda la gorra,  Max se rasca la cabeza desprotegida, atrapada por el viento. La actitud es forzada, tal vez la actuación trastabilla en esta toma crucial. Acaso el gesto de la perdida, es ése: perder la cabeza, olvidar algo, perder la conexión con el pasado, no querer volver, escapar y ser cargado por el vértigo de la ciudad.  Observamos a Max llegando a El Alto, asombrado ante la ciudad que se extiende ruidosa en una feria, donde vendedores y peluqueros, se disputan clientes, avispero de comerciantes de la ciudad chola mestiza. El Alto que se hunde mirando la descomunal hoyada. Nuevamente la cabeza y la espalda del personaje mirando la ciudad.  Un Max  transformado en peluquero reaparece, en una precaria caseta de plástico, amenazada por el viento al borde del acantilado, en las laderas, esa asombrosa realidad de El Alto que podría pasar por una estética  surrealista. Max es un hombre viejo, y el llamado de las olas acompaña la imagen. Tan distantes la una de la otra, la imagen auditiva del lago Titicaca se sumerge en el descomunal mundo del alto.
El hombre viejo regresa a la  desierta casa abandonada, el corto transcurre con la pasividad de eventos suspendidos y la prisa de la síntesis, la naturalidad del vacío o una parca resignación. Los familiares han muerto, nuestro personaje camina a través del cementerio con un regalo azul en el brazo, volviendo al lugar de la primera escena, mirando las olas como el niño de su infancia. ¿Qué contiene el regalo de la última escena, qué contiene el maletín de la primera?, al fin y al cabo, lo importante es el sentido, se trata de algo pendiente, algo que se lleva y se trae. Una vida, una identidad, un compromiso no saldado. Un nombre no cumplido: Max Jutam, Max ven, vuelve.
 “Me he peinado bastante/el espejo/ ya no devuelve mi partida”. El corto de Piñeiro comienza con este epígrafe. El regreso a las raíces, el reclamo de la sangre, encarnado en la madre que  pide que vuelva, resiste el embate del viento, pero no hay retorno posible. La memoria arrastrada por el viento y el íntimo deseo de regresar a la niñez (Max viejo frente a las olas de la orilla del lago en el mismo lugar donde se hallará de niño), sólo comprueban el desarraigo cultural, la perdida comunidad familiar, enterrada en el cementerio del pueblo. Un guiño inevitable a Vuelve Sebastiana de Jorge Ruiz, y al cine de Sanjinés, a los viajes migratorios en la cinematografía del cine boliviano. Max Jutam, quizas la versión masculina de la niña de Vuelve Sebastiana.
¿Así parece transcurrir la historia migrante del indígena en la cinematografía boliviana?  El regreso paternalista de la niña Sebastiana, retorno incluso a pesar de la pobreza que la obliga a salir de su comunidad, la miseria del pueblo que se extingue en el abandono. El Retorno a través de la expiación de la culpa del Danzanti en La Nación Clandestina de Sanjinés. Ese retorno paradójico que exige la muerte de Sebastián maniatado por la dictadura, ofreciendose en sacrificio ritual por su comunidad, en una danza tradicional que tiene orígenes, también españoles. O el “no retorno”, la pérdida del alma o la extrañeza sobre el propio ser en Max, el retorno al cementerio, alexitimia desconcertante del rostro que no contesta al saludo o la despedida, y del cuerpo que va de un lado a otro en el cementerio de su pueblo.
Evidentemente no se trata de un cine indigenista, Max Jutam escapa al paternalismo que caracterizó esta tendencia. La diferencia es que Max ya no puede volver, su destino ya no es el del aparapita, o el artillero, perdido en la ciudad y entregado a la muerte, ahora transformado en peluquero, en mejores condiciones de negociación con la ciudad. Si en Vuelve Sebastiana de Jorge Ruiz hay un regreso posible, y en La Nación Clandestina del emblematico Sanjinés, la integración  con la comunidad sólo es posible a través del sacrificio, es decir la muerte de Sebastián (Reynaldo Yurja), en la danza del Tata Danzanti, en Max Jutam la pérdida parece irreparable.  Curiosa simetría del azar,el nombre de “Sebastián”, otro guiño podríamos decir,  la versión masculina de “Vuelve Sebastiana”.
No cabe duda de que Carlos Piñeiro es un buen narrador de la imagen, el acierto de capturar la hasta ahora desapercibida visión en la pantalla, de los peluqueros de El Alto y vislumbrar su posible historia lo comprueba. La postal costumbrista se transforma en las manos del director y fotógrafo, apostando un desenlace inesperado. Recordemos que sucede lo  mismo en Plato Paceño, otro corto inquietante de Piñeiro, en blanco y negro. Poéticamente la vida de Max Jutam se reduce a tres edades, es decir la existencia que pasa, inadvertida en sus tres estadios, destellos de revelación o pregunta insatisfecha. Probablemente el corto de Piñeiro ameritaba un mayor desarrollo, podría ser incluso la semilla de un largo, sin embargo, tiene la virtud de dejar ese sentimiento de lo abruptamente inacabado, del sentido incompleto, y vacío, que no nos permite ver el contenido del equipaje, el triste regalo, que transporta Max, de un lado a otro, su propia carga, él mismo siendo cargado del lago a la ciudad. Esa historia sin memoria, la historia perdida del migrante.
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Acerca del autor

Escritora y periodista cultural. Licenciada en Literatura. Ha publicado el poemario “Fragmentos en el Aire” Ed. Gente Común. Relatos en las compilaciones “Algo por el Estilo” (Marcelo Villena, UMSA), “Memoria de lo que vendrá”,(Juan González, Nuevo Milenio), en “Más de cien escritores bolivianos” (Roberto Agreda Maldonado Ed. Kipus), en la Antología Primer Festival Internacional de Poesía José María Heredia, Toluca 2017 y la Antología XXII Enero en la Palabra. En medios como Los Tiempos, La Razón, El Diario, Opinión, Revista “Tu mundo”, Revista Municipal de Culturas “khana”, Revista de poesía “Alforja” y Cuadernos de Literatura “Pensamiento Decolonial y Literatura”. Como crítica de cine, ha publicado junto a Marcelo Reyes “Apuntes de Cine” Ed. 3600. Desde 2002 hasta la fecha es editora de la revista digital de arte y cultura, Palabras Más, de la que es cofundadora.

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