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Repulsión
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Si tiene alguna perversa afición por todas las posibles paranoias que esperan tan sólo un pequeño indicio o invitación para entrar en el territorio de la mente y despertar; no pierda la oportunidad de ver las obras cinematográficas de este director. Una afrodisiaca fobia social, es acrecentada, por la atracción que ejerce la perversidad de los otros. La bizarra imposibilidad de comunicarse con ellos, acompañada de un inestable apetito por la soledad, hacen de la obra cinematográfica la inconfesable fantasía de Roman Polansky.
Acaso la posesión demoniaca en sus films, no es otra, que “el miedo corrosivo a la invasión del propio cuerpo”. En El Bebé de Rosemary, basada en la novela de Ira Levin por ejemplo. Con la frágil y hermosa Mia Farrow, donde "la violación" del diablo engendra la figura del mal, y literalmente, la posesión toma la forma del embarazo, un ocupante en el cuerpo de otro. Tan sugestiva como la contaminación de la personalidad que sufre El Quimérico Inquilino, adaptada de la novela de Roland Topor (interpretado por el propio Polansky). Donde no es casual que el travestido arrendatario acaricie su cuerpo frente al espejo, agasajándolo con la sugerencia de un posible embarazo.
Y es tan evidente, en uno de sus primeros films llamado Repulsión, donde Carol Ledoux, la joven Catherine Deneuve, asesina a todo aquel que la desee. Tormento del abismal y placentero temor, a perderse en el otro. Repulsión, donde las infaltables paredes, se quiebran como la personalidad, atrapando a la mujer como brazos erotizados. Repulsión donde "la violación del padre" cierra invisible una maravillosa escena final...Cuando el silencio de la cámara recupera la mirada de una niña perdida en la fotografía familiar.
Sí, los protagonistas de Polanski son apresados en corroídas moradas, gestados en quimérica cuarentena, por edificios que cobran signos humanos, como detro de un malévolo vientre. Y el habitante, apresado por los infaltables vecinos, proyecta y engendra a su vez la paranoica enfermedad del alma.
No en vano, en la Trilogía del Departamento, todo espacio privado es apoderado por ese otro los otros, ese el caprichoso infierno de Sartre. Esos otros secretamente confabulados, balanceados en la bisagra del humor negro, para abrir la puerta a la intriga. Complot, del cual el propio protagonista, finalmente, es cómplice enajenado en el espacio de su cuerpo... En el pasajero espacio de la morada (en el cual siempre se es un inquilino o un huésped), y en el efímero espacio de la identidad, donde todo cede.
Al fin y al cabo, de fobias esta hecho el mundo, y toda tentativa para convivir con la sociedad (cada vez más fragmentada en ilegibles grupos, de furtivos y sádicos gustos o lenguajes) es una lucha empática por ser aceptado sin ser invadido. Un ridículo esfuerzo complaciente, por mantener el control, sin ser el confuso objeto manipulado por el capricho de los otros, o por la fantasía paranoica de uno mismo.
¿Y qué sucede con las otras películas? Las demoniacas sectas en La Novena Puerta basada en la novela de Arturo Pérez Reverte, “El Club Dumas”, El Bebé de Rosemery y El Quimérico Inquilino, son similares a las ciudades criptas del Holocausto en El Pianista. Parecidas a las ciudades orfanatos de Oliver Twist. Todas son expresiones de la monstruosidad que emerge en las asociaciones humanas contra la sospechosa individualidad, y el pudor, del que se alimenta la juguetona Danza de los Vampiros.
Humor negro y absurdo como el coqueteo de los continuos desnudos, senos inquietos que se ofrecen al agravio en la censurada película llamada "¿Qué?", influida por Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll. Film en el que haciendo autostop, la mujercita estadounidense Nancy (Sídney Rome), burlonamente se resiste y se entrega escandalosa, a sus estrafalarios violadores.
Cómo crece el miedo, y con qué mínimos indicios, o persecuciones calladas, sigue la ventana de la cámara otras ventanas donde los dedos asoman. Donde el otro se confunde con uno mismo, y uno mismo se vuelve otro. El mundo paranoico de Polansky, nos anega en ese claustrofóbico retiro de vampiros: Danza de Vampiros que se apodera de lo más intimo de la personalidad del cuerpo.
Algo me dice que sus personajes, seguirán a su manera, vigilantes, asechando al que a su vez los espía. En El Quimérico Inquilino viejos edificios son altares de baños tatuados,. Son cámaras egipcias, donde desconocidos observan inmóviles como pinturas, o como espejos. Donde resulta que es el observado el que observa. Donde paredes y roperos esconden fetiches y partes mutiladas del cuerpo de sus desaparecidos ocupantes.
De Polansky conocemos también la habilidad magistral de elevar el misterio de la mujer, en la fotografía de sugestivos primeros planos. La más interesante de sus demoniacas mujeres es probablemente Emmanuelle Seigner en La Novena Puerta. Bruja cuya entrada al extraordinario poder del mal se encuentra en la fascinación de su sexo. La buscada novena puerta "al infierno" es la facinante mujer que posee el cuerpo y se apodera del alma del rendido amante.
El Escritor Fantasma es la última película de Polansky, llegada y salida con prisa de salas bolivianas este año. Con sus toqueteos modernos de cine negro, como lo fue La Novena Puerta, más desapasionada, la película sigue sobriamente enamorada de una estética de la forma del misterio. Nuevamente, una cinta inspirada en una obra literaria, la novela del escritor inglés Robert Harris, El poder en la Sombra.Esta vez, jugando burlonamente con las cartas de la política norteamericana. El Escritor Fantasma sigue conservando el sello de su director.
En otras palabras, las confabulaciones de secretas sociedades, y silenciosos roperos que guardan huellas de sus desaparecidos ocupantes. La debilidad de la personalidad del escritor fantasma interpretado por Ewan Macgregor es, nuevamente puesta a prueba como sucede con todos los protagonistas en las películas del director. El escritor oculto, se convierte en personaje de otro manipulador. Un escritor más hábil y más real: la mujer, agente fatal de la CIA. El escritor es inestable presa entre las pálidas piernas de la mujer.
Polansky sigue obsesionado con el rastro de textos secretos, la autobiografía del político, en El Escritor Fantasma, guardada celosamente, es buena carnada. No tan buena como el desaparecido libro del diablo en La Novena Puerta. Fatalmente circular, el escritor fantasma, nunca espera ser invitado a ocupar los zapatos de otro, del muerto.La fascinación por la revelación de las palabras, por el oficio del escritor y del lector, sigue persiguiendo a Polanski en este film. En el sonido y la textura de las hojas que revolotean al viento... Así como la atracción que ejerce la ambigua condición del original y la copia, del impostor y del suplente.
Como fue la fascinación de La Novena Puerta, que conduce a los hermanos Ceniza (gemelos del misterio: viejos libreros, que juegan con la naturaleza de la identidad de lo falso y verdadero) el fetiche más preciado para Polansky es sin duda el libro. Visible o invisible está en todas sus cintas: en Repulsión, por ejemplo, el hermoso personaje de Deneuve limpia la sangre de la violentada puerta de su reclusión con un libro que toma al azar y que abre de par en par.
¿Cómo consigue Polansky voltear las historias noveladas, a su favor, apropiándose de ellas? Sin duda el modo de su arte es antropofágico, torcido diván de miradas, con ese «thriller» psicológico con el que impregna todas sus películas. Por eso es más fácil no separar la tragedia privada, otro espectáculo de los medios al límite de la biografía pública. Marcas como el escarnio del asesinato de su esposa, la actriz Sharon Tate, por la banda de Charles Manson, visibles en Macbeth. Rastros del holocausto de la muerte de sus padres en El Pianista. Sobre todo, todas las miradas, la censura y las alabanzas a la celebridad, llamada Roman Polansky.